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código deontológico, Día del traductor, decálogo, periódicos, prensa, traducción, traducción literaria, traducir
«El problema de traducir es en realidad el problema mismo de escribir y el traductor se halla en su centro, quizás aún más que el autor. Se le pide […] no que domine una lengua, sino todo lo que hay detrás de esa lengua es decir, toda una cultura, todo un mundo, toda una forma de ver el mundo […] Se le pide que lleve a cabo esa operación, ímproba y pese a todo apasionada, sin hacerse notar. […] Se le pide que considere como su máximo triunfo el que el lector ni siquiera se fije en él […] un asceta, un héroe esencialmente desinteresado, dispuesto a darse por entero a cambio de un mendrugo de pan y a desaparecer en el crepúsculo, anónimo y sublime, cuando la gesta épica se ha cumplido. El traductor es el último y auténtico caballero andante de la literatura». (Fruttero&Lucentini, I ferri del mestiere, Einaudi, Turín 2003).

Don Quijote visto por Dalí. Hoy el pobre traductor quijotesco tiene que luchar con cosas peores que molinos.
Con esta cita empezaba su carta abierta a la prensa un grupo de traductores literarios para pedir un reconocimiento justo de la profesión, sobre todo en los medios. El grupo pide de esta forma que los críticos reconozcan la figura del traductor y que los redactores de las páginas culturales de diarios y revistas reflejen su nombre junto a los demás datos.
Los compañeros prosiguen:
Nosotros también estamos aquí, somos parte del proceso que da vida a objetos importantes: los libros. Los libros del llanto y de la risa, del amor y del dolor, del conocimiento y de la evasión, los libros que de mil maneras llegan a la mente y al corazón de las personas también se deben a nosotros. Deseamos que nuestro nombre conste y lo confirme, que nuestra obra no se silencie.
El crítico que se prodiga en elogios del estilo, del léxico, de las acrobacias lingüísticas de un autor, si ha leído el libro en su versión original, debería sentirse obligado a comentar la versión traducida y, si sólo ha leído la versión traducida, debería recordar que ha leído las palabras, las frases y el ritmo escogidos por el traductor. Pedimos un reconocimiento justo, igual que estamos dispuestos a aceptar cualquier crítica competente y motivada.
Estos traductores tienen toda la razón del mundo. ¿Cuántas veces se comparten fragmentos de libros en las redes o se recuerdan citas célebres extraídas de novelas? Muchas. Por desgracia, el traductor está siempre ausente. Y lo mismo en las recomendaciones de libros que encontramos en muchas revistas. Aquí van unos ejemplos de las ediciones de agosto y septiembre de la revista Elle:
Cualquiera diría que se han leído la versión original para recomendarlos. ¿No hay espacio para poner el nombre del traductor en esas historias de amor y de cocina? Hace un par de años, ACEC lanzó la campaña «¿Quién ha traducido el libro?» para luchar con esta práctica periodística, pero poco han cambiado las cosas. Y que conste que no es por llorar (sí, se nos critica mucho por eso). Hay prácticas y cuestiones más graves, pero hay que abordar las cosas desde una perspectiva realista y reivindicativa.
No obstante, en ocasiones, es normal que nuestro caballero andante se sienta (y perdonadme el anacronismo) el último mono de la Nasa, como cantaba Pablo Carbonell: Soy el último mono de la Nasa / El que quita toda la grasa / Todos los trozos de cohete / Las partículas de meteoritos / Pedacitos de satélites / Las basuras y el detritus.
Visibilidad envenenada
¡Ay!, cuántas veces el traductor se vuelve visible cuando este da (o se supone que da) un mal paso. Josefina Cornejo ilustra este momento a la perfección en un trujamán:
No es tarea del traductor corregir el texto, ¿cierto? Pero, ¿lo entenderá así el lector? ¿Escucharemos eso tan manido de «la traducción es muy mala»? ¿Se culpará a quien la firma de la mediocridad del material?
Observo desde hace un tiempo que cualquiera —sea lector asiduo, lector esporádico o alguien que apenas haya pasado las páginas de un libro— se atreve a juzgar nuestra labor sin más. «Qué pena cuando el libro está mal traducido», escuché hace unas semanas de boca de una persona que se precia de leída. ¡¿Cómo?! No creo que tenga la costumbre de leer la traducción al tiempo que la contrasta con el original. Sinceramente, lo dudo. Entre otras cosas, porque el comentario en cuestión lo hizo a propósito de una novela escrita en un idioma bastante alejado del nuestro y con el que guarda bien pocas similitudes: el húngaro.
[…] Me preguntó que si traducía libros. He de admitir que aprecio, eso sí, cierta curiosidad en el otro cuando confiesas que te dedicas a la traducción. Asentí con la cabeza. «¡Qué interesante!», dijo uno de los presentes, quien también quiso saber si mi nombre aparecía impreso. «Sí, pero, bah, la única persona que lo busca es mi madre», reconocí. «Y yo, cuando el libro está mal traducido», afirmó otro de los que allí se encontraban.
Por fortuna, cada vez somos más visibles también para lo bueno, como atestiguan algunos artículos y especiales en la prensa. Veamos algunos casos.
Los traductores en la prensa
- La importancia de la calidad en la traducción, de Lierni Otamendi.
- Saqueos, planes y una «femme fatale», de Manuel Rodríguez Rivero.
- La profesión ya no llora… tanto, de Juan Cruz.
- Los traductores, de Antonio Muñoz Molina.
- La sabiduría de los maestros antiguos, de Carlos García Gual.
- ‘En busca del tiempo perdido’, la traducción de nuestras vidas, de Flor Gragera de León.
- Dime qué pone, de Manuel Rodríguez Rivero.
- Elogio de la traducción, de Judit Carrera.
- Traductores: la legión oculta, de Javier Firpo.
- El poder de la lengua: la traducción, de Alejandro Aguilar.
- El último caballero andante, de Carla Imbrogno.
Estos son algunos ejemplos relativamente recientes de artículos elogiosos sobre la traducción, pero también hay lugar para otro tipo de noticias, que aunque no son tan halagüeñas, reflejan el estado de la cuestión y no solo en literaria. Por ejemplo, se ha hablado mucho de los traductores en la esfera jurídica y en política. En cualquier caso, es cierto que cada vez se nos reconoce algo más.
Pero ¿quiénes son estos caballeros andantes? ¿Se rigen por un código de honor? ¿Si les pinchan, sangran?
Aunque algunos diccionarios antepongan al traductor como adjetivo y usen ejemplos tan simpáticos como el de la foto, quien traduce los libros es alguien que muchas veces suda tinta para llevar la traducción a buen puerto.
Porque no es solo un escribiente que repita o sustituya una palabra por otra. Como dice G. Bufalino, «si el autor es el padre y esposo del texto, el traductor es su amante». El lector en todo esto deberá dejarse seducir por ambos y sentir lo mismo con sus letras. Hay que conseguir que el lector disfrute mediante la traducción como lo haría de poder acceder al texto original.
Y sí, este caballero andante de la brillante armadura (el pijama, por ejemplo) se rige, o debería, por un código deontológico. Este que comparte Ace Traductores es un buen ejemplo:
1. El hecho de ejercer la profesión de traductor equivale, para quien la ejerce, a afirmar que cuenta con un firmísimo conocimiento de la lengua que traduce (conocida como lengua de partida) y de la lengua en que se expresa (conocida como lengua de llegada). Ésta debe ser su lengua materna u otra que domine tan bien como la materna, de la misma forma que todos los escritores dominan la lengua en que escriben.
2. El traductor tiene la obligación de saber hasta dónde llega su competencia y se abstendrá de traducir un texto cuya redacción o ámbito de conocimiento no domine.
3. El traductor se abstendrá de modificar de forma tendenciosa las ideas o la forma de expresarse del autor y suprimir algo de un texto o añadirlo a menos que cuente con el permiso expreso del autor o de sus derechohabientes.
4. Cuando no sea posible realizar la traducción a partir del texto original y el traductor utilice una «traducción-puente», deberá, para hacerlo, contar con el permiso del autor y mencionar el nombre del traductor a cuyo trabajo recurra.
5. El traductor se compromete al secreto profesional cuando deba usar, para su labor, documentos confidenciales.
6. El traductor literario debe conocer a fondo la legislación acerca de los derechos de autor así como los usos de la profesión y debe velar por que se respeten en el contrato de traducción.
7. El traductor se abstendrá de menoscabar la profesión al aceptar condiciones que no garanticen un trabajo de calidad o perjudiquen a un colega de forma deliberada.
Sin embargo, si dejamos a un lado las cuestiones laborales y nos centramos en las lingüísticas, nuestro caballero también respeta directrices como las del siguiente decálogo del traductor literario de Helena Cortés (tomado de La linterna del traductor):
- Humildad (también fidelidad al texto). No trates de ser más brillante que el propio autor.
- Sensatez. Si algo sorprende sobremanera o parece no tener ningún sentido, indaga. Seguro que algo se te escapa.
- Sentido estético. Traducir correctamente el contenido de la obra original puede ser fácil, pero no hay que olvidarse de la forma estética. Analiza los recursos estilísticos y estéticos del autor.
- Paciencia. Al acabar de traducir, olvida tu versión y borra de tu mente el original. Haz una última lectura sin tener presente más que tu sentido lingüístico y literario. Tómate todas las libertades que quieras con el texto hasta hacerlo completamente tuyo.
- Cultura. Hay que tener cientos de horas de lectura acumulados, una sólida cultura general y cierta experiencia vital, conocer los clásicos… Pasión y curiosidad a partes iguales.
- Naturalidad. Es más importante que la obra suene bien en tu idioma y conseguir un texto natural y fluido, carente de todo artificio, que el que se cuele alguna disculpable metedura de pata.
- Buena pluma. Si no tienes talento para escribir con gracia y soltura en tu propio idioma no podrás ser nunca un buen traductor literario. Solo el que escribe bien traduce bien.
- Dominio de tu lengua. Ser bilingüe ayuda mucho, pero no es garantía. Conocer bien la lengua de llegada, saber jugar con ella: esa es la condición para ser un buen traductor.
- Actualidad. No envejezcas a propósito una traducción para acercarla a la época del autor. Los lectores contemporáneos del autor pudieron disfrutar de una lectura fluida y natural en el idioma de su tiempo. No castigues a tus lectores con una barrera idiomática artificial.
- Amor. Traducción correcta no equivale a buena traducción. También hacen falta grandes dosis de empatía. Además de profesión, hace falta un poco de vocación.
¿Os parece poco? Pues el pobre caballero andante muchas veces se las ve y se las desea para conservar la cordura no solo mientras traduce, sino también entre encargos.
Sin embargo, estoy convencida de que, a pesar de las tarifas, las condiciones y la presión, los caballeros andantes aman su trabajo por encima de todo y están dispuestos a matar a todos los dragones que haga falta.
A todos ellos (y a los traductores de las demás ramas) va dedicada esta entrada. ¡Feliz día, compañeros!
***
En este mismo blog y para terminar de celebrar este día…
- ¿Por qué la traducción importa? El artículo del año pasado con los motivos por los cuales traducir no es algo banal, una oda recitada y una dosis de humor con San Jerónimo de protagonista. Y, de regalo, recursos y otras sorpresas para imprimir.
- ¿Tradu…qué? ¿Qué es traducir? Las respuestas de los traductores a la pregunta de marras.
- Otro tipo de visibilidad. Cómo nos ven desde fuera. Artículo centrado en los libros y los cómics en los que aparecen traductores.
- Celebrando con citas célebres. Las citas clásicas del mundillo.
Bonus track:
Y, de regalo, Translation in Practice, un libro la mar de práctico sobre edición y traducción literaria, que compartió Miguel Marqués hace unos días.
¡Hola, Scheherezade!
Una entrada muy interesante la que planteas y quería ofrecerte un punto de vista alternativo. Como traductor «no literario», probablemente la visibilidad no es un tema que me afecte tanto como a vosotros. Sin quitarle un ápice a la importancia de la profesión, a veces tengo la sensación (y corrígeme si me equivoco, porque lo digo sin malicia) de que los traductores literarios tienen la necesidad añadida de reconocimiento público de su labor. Yo entiendo mi trabajo como un eslabón de una cadena más larga, donde tenemos a ingenieros, revisores, profesionales de marketing, de legal, etc., donde cualquier pretensión de autoría quedaría diluida al ser una obra coral. En ese mismo sentido, también creo que sucedería algo similar en la traducción editorial, donde tenemos a revisores, maquetadores, expertos en estilo, etc. Ya te digo, no es mi terreno y corrígeme si me equivoco.
Por otra parte, no tengo precisamente la sensación de que seáis poco visibles. En la mayoría de los casos, cuando se habla en los medios de traducción o traductores, tales términos son casi sinónimos de «traducción literaria» y «traductores literarios». Otro ejemplo: el Premio Nacional de Traducción siempre se concede a traducciones literarias, nunca de otro tipo. Que no es que me parezca mal, pero también me gustaría ver premiada o citada la traducción, por ejemplo, de un videojuego o de una película.
Para finalizar, creo que el reconocimiento más importante de un trabajo es el económico. Sin eso, el resto son cábalas filosóficas y, en ese sentido, creo que la demanda de mayor visibilidad en medios de la traducción literaria esconde una posición de debilidad en el mercado. ¿Quizás sería más interesante un esfuerzo para conseguir mejores condiciones de trabajo en lugar de mayor exposición?
Hola:
Antes de nada, gracias por tomarte tu tiempo y comentar.
Contestando a las cuestiones que planteas, parto de la base del artículo en el que se pide informar del nombre de los traductores pensando en que es un trabajo en el que ya consta el nombre. Como digo en la entrada, no es un problemón y hay que cambiar muchas otras cosas antes, pero es más fácil pedir «visibilidad» en este aspecto que no en cualquier otra rama en la que el nombre no consta nunca. No firmo muchos de mis subtítulos y tampoco hago un drama; no me importa mucho tampoco porque es trabajo al fin y al cabo. Lo que sí me resulta curioso es que se hable de la forma de escribir de un escritor extranjero cuando se ha leído solo la traducción y no se menciona al «machaca» que está detrás. Dicho esto, repito y reconozco que hay cosas mucho más importantes que el nombre.
Algunas editoriales incluyen también el nombre del corrector, algo que me parece encomiable puesto que revisores y correctores hacen un trabajo excelente para acabar de pulir el libro y merecen mucha más atención de la que reciben. En eso tienes toda la razón.
En el aspecto de visibilidad en prensa, es cierto, antes se habla de un literario que otro tipo de traductor. No obstante, creo que cada vez somos más visibles en general. Tengo la sensación, por ejemplo, de que se habla más de los intérpretes de un tiempo a esta parte. Al final, seas literario o jurado o lo que sea, el trabajo y el valor son los mismos. Acerca de los premios, ya lo empezó a hacer ATRAE hace un tiempo, ¿no? Y me parece fantástico.
Absolutamente de acuerdo con tu penúltimo apunte. Y te diré que lo mejor no es solo el reconocimiento económico, que es muy importante, claro, sino que un cliente repita contigo. En mi humilde opinión, eso es lo mejor con diferencia. Más que nada porque es un indicador de que tu trabajo es bueno y gusta.
No comparto la idea de que pedir visibilidad equivalga a debilidad o, al menos, yo no lo veo así. Y aunque pueda parecerlo en la entrada, poner el nombre es una cuestión más. Desde luego, en traducción literaria lo primero que habría que reivindicar es una mejora en los precios y en los derechos. Hay muchas otras cosas antes.
El objetivo de la entrada era reivindicar el trabajo que hay detrás de la traducción de un libro, pero también quería que quedara la idea de que ser traductor (trabajes en lo que trabajes) no es un trabajo banal. Como ya he apuntado en la entrada, no me gustaría que os quedarais con la sensación de que siempre estamos llorando. A pesar de algunos detalles, a mí me gusta mucho lo que hago, soy consciente de lo que hay y de que hay que luchar más (ya sea a través de asociaciones o de otros colectivos) para conseguir mejoras en el sector. No obstante, eso no quita que pueda pedir más reconocimiento y no solo para los literarios/editoriales, ojo, ¡faltaría más!
De todos modos, ya te digo que hay que mejorar muchas otras cosas y en muchos otros campos 🙂
Gracias por los aportes, again.
Un abrazo
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