Errores en libros publicados: Ruth Ware explica el proceso y como traductora lo reconfirmo

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Hace unos días la escritora Ruth Ware publicó un hilo maravilloso explicando por qué incluso los libros publicados por grandes editoriales —con equipos enteros detrás— pueden contener errores. Y yo, como traductora editorial, y desde mi parcelita, solo podía asentir. Porque aunque desde fuera pueda parecer que un libro pasa por un túnel de lavado mágico donde sale brillante e impecable…, la realidad es mucho más artesanal, humana y, por tanto, algo más caótica.

Imagen de Glosario Gráfico (https://www.glosariografico.com/categoria_libros)

Aquí va el hilo de Ware aderezado con mi perspectiva desde la traducción.

1. La edición estructural: mover piezas grandes y cruzar los dedos

Ware explica que las primeras rondas de edición se centran en la trama, el ritmo, la coherencia… Y como traductora lo confirmo: cuando recibo un manuscrito, ya ha pasado por estas fases, pero eso no significa que esté «cerrado». A veces aún hay cambios, capítulos reordenados a última hora, frases que desaparecen misteriosamente… y claro, si una pieza se mueve, las demás pueden chirriar. El dominó editorial es muy real y no es infrecuente trabajar con versiones iniciales y hasta de tipo borrador.

2. El copyediting: donde se arregla… y a veces se estropea

Ella comenta que el copy editor corrige estilo y ortografía, pero a veces se introducen otros errores. Aquí, como traductora, añado:

  • Si hay varias versiones del manuscrito en circulación, puedes estar trabajando con la penúltima sin saber que existe una «definitiva de verdad de la buena que ahora va en serio».
  • Cuando el autor revierte un cambio (stet) pero no ajusta lo que rodea ese cambio, nacen palabros maravillosos como el hilairiously del que habla. En nuestro caso, cuando recibimos los cambios propuestos en nuestra traducción, es bastante común que al cambiar algo, se haya dejado alguna palabra (preposición, artículo, etc.) colgando.

3. La maquetación: cuando Word decide que hoy no

Ware menciona que en la maquetación se pueden introducir caracteres fantasma, formatos extraños o signos rarísimos. Por mi parte, he visto espacios invisibles que rompen una línea entera, guiones o comillas que desaparecen… Y por supuesto, la maquetación también afecta a las traducciones: una palabra más larga en castellano puede mover un párrafo entero, crear viudas y huérfanas o colapsar un diálogo.

4. Las pruebas finales: el último baile (sin margen para respirar)

El proof editor revisa la versión maquetada. Y aquí quienes traducimos también volvemos a participar: revisamos galeradas para detectar erratas propias, inconsistencias o errores que nacieron en fases anteriores.

Sin embargo, es la etapa más peligrosa porque hay muy poco tiempo, cualquier cambio puede romper el formato… y ya casi nadie más va a revisar después. En definitiva, es como intentar arreglar el maquillaje del actor mientras está saliendo al escenario.

5. Las primeras ediciones siempre tienen más errores (y no es un fallo: es estadística pura)

Esto lo dice Ware y lo reafirmo. La mayoría de los lectores solo ven la versión corregida cuando el libro llega a bolsillo o a la tienda de ebooks. Pero quienes devoran un lanzamiento el primer día se pueden encontrar todos los gazapillos.

Y entonces es cuando (a Ware le) llegan los mensajes: «Hola, he visto una errata» y ella lo agradece, siempre que se avise con cariño y no con un «vaya chapuza de edición», porque detrás de un libro hay una cadena de personas, no máquinas.

6. Y ojo: no todo lo que parece un error lo es

Ware lo explica muy bien y en traducción lo vemos igual. Que puede haber erratas, sí, ya lo hemos dicho, pero es que algunos errores no lo son. Pueden ser rasgos regionales, puede haber vocabulario poco común, quizá son decisiones estilísticas del autor y hasta errores conscientes y deliberados que caracterizan a un personaje o su forma de hablar.

Y, en estos casos, el reto de esta traductora está en mantener todo esto sin que parezca una errata de verdad. A veces traducimos errores adrede. Y no, no es fácil. No hay nada más divertido que ir justificando por qué esa palabra mal escrita tiene que quedarse así.

En definitiva…

El proceso editorial es un trabajo en cadena —multietapa, multipersona y multiprograma—, cuyos eslabones no siempre encajan a la perfección por muchos motivos. Es colaborativo, complejo y, sobre todo, humano. La gran mayoría de las veces los errores no son señal de dejadez: son la consecuencia inevitable de un proceso vivo.

Como traductora, agradezco muchísimo los hilos como el de Ware y otros escritores porque ayudan a que los lectores entiendan por qué un libro perfecto es prácticamente imposible… y por qué seguimos dejándonos la piel para que cada edición esté un poquito mejor que la anterior. Porque a todos nos interesa que el libro nos salga redondito. Palabra.

El cerebro GPT-atrofiado: el coste de externalizar el pensamiento

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Últimamente, le pedimos a la inteligencia artificial que piense por nosotros. Que resuma, que corrija, que inspire, que opine. Y todo parece inocente… hasta que un día se descubre uno mirando la pantalla, esperando a que ChatGPT le diga qué tiene que opinar.

Ahí empieza la atrofia: el músculo de pensar se afloja. Dejamos de entrenar la intuición, la duda, el error. Ese lujo tan humano de equivocarse y seguir.

Un grupo del MIT decidió medirlo, literalmente. Reunieron a tres grupos: los que escribían con su propia cabeza, los que se ayudaban con Google y los que dejaban que ChatGPT hiciera el trabajo (sucio o no sucio, ahí ya lo dejo a tu elección). Mientras tanto, observaban la actividad cerebral. Cuanto más delegaban, menos se encendía el cerebro. El grupo de ChatGPT fue el más apagado. Sus textos eran correctos, pero sin alma. El grupo analógico —los que escribían a pelo— mostraba justo lo contrario: creatividad, atención, energía.

Luego vino la prueba final. Los investigadores pidieron a todos que reescribieran uno de sus textos, esta vez sin IA. Los del grupo ChatGPT apenas recordaban lo que habían escrito. Ni ideas, ni frases, ni estructura. Los que usaron Google recordaban algo. Y los que pensaron solos, casi todo.

La científica Nataliya Kosmyna lo llama «deuda cognitiva»: cada vez que dejamos que una máquina piense por nosotros, perdemos un poco de capacidad para hacerlo. Y en los cerebros jóvenes, eso puede dejar cicatriz.

No se trata de demonizar la tecnología. Se trata de recordar que pensar cuesta, pero entrena. Que cada palabra elegida con tu cabeza deja huella. Que puede llegar un día en que todo suene perfecto, pero vacío. Textos sin alma escritos por cerebros en modo ahorro.

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He descubierto este experimento hace poco y, como ves, me tiene maravillada. Para terminar, te dejo por aquí más información:

Tu porfolio de traducción sin dramas… ni florituras

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Una de las preguntas que más me hacen compañeros y estudiantes de traducción —justo después de «¿cómo empezar a traducir?» y «¿cuánto se cobra por palabra?»— es cómo enseñar lo que se sabe hacer o, en otras palabras, cómo crearse un porfolio de traducción que vaya más allá del CV. Así pues, hoy vengo con mi respuesta larga, la que normalmente guardo para cuando hay un cafelito de por medio.

Spoiler: no hay una sola forma correcta, pero sí maneras de hacerlo sin perder la cabeza por el camino.

Si ya tienes horas de vuelo

Si llevas un tiempo traduciendo, enhorabuena: ya tienes material que mostrar. Pero un porfolio no es una lista de «todo lo que he traducido desde 2011» (aunque la tentación esté ahí). No se trata de demostrar que sabes usar Word desde el XP, sino de demostrar tu criterio y tu voz profesional.

Empieza por seleccionar los proyectos que te representan de verdad: los que reflejan tu estilo, tus especialidades o el tipo de encargos que te gustaría seguir recibiendo. Esa guía sobre carretillas elevadoras de 2022 puede quedarse fuera, por mucho cariño que le tengas (salvo que vaya dirigido a empresas del sector, ojo).

Añade un poco de contexto. En lugar de limitarte a «Traducción de la novela X», explica brevemente de qué iba el encargo: el género, el tono, la editorial, los retos específicos. Algo como «Traducción de una novela romántica ambientada en el Ártico, donde mantener la tensión entre la emoción y el humor sarcástico del narrador fue clave». Eso dice mucho más de ti que una simple línea de texto. Si usas traducciones propias y quieres enseñar esos textos, te aconsejo un formato apaisado, por ejemplo, en el que pongas a un lado el fragmento en el idioma de origen y, en el otro, tu traducción.

Si el libro está publicado, enlázalo. Si hay fragmentos disponibles en línea, también. Cuantos menos clics tenga que hacer el lector, mejor. Y cuida el diseño: puede ser una página web, un PDF bonito o una sección en LinkedIn, pero sin muchas florituras ni tipografías recargadísimas. Respeta a tu yo traductor… y al ojo ajeno. Más abajo te doy algunas herramientas para que puedas trastear un poco.

Piensa en tu porfolio como en un escaparate de librería: no se trata de enseñar todos los libros del almacén, sino los que harían que alguien se detuviera y dijera «quiero ese». Un ejemplo fabuloso de este tipo de porfolios es el catálogo físico que usa mi amigo Lawrence Schimel para llevar a ferias del libro y cuyas páginas de muestra te enseño aquí mismo. Esto es un nivel muy muy profesional, ¿eh?, pero no es necesario hacer lo mismo. Piensa en qué te puede funcionar a ti.

Si aún no tienes experiencia

Aquí suele entrar el pánico: «pero ¿cómo voy a montar un porfolio si todavía no me ha contratado nadie?». Respira. Todos hemos empezado ahí. Todos.

Un porfolio no tiene por qué incluir (solo) trabajos remunerados. Lo que quieres es mostrar de qué eres capaz. Y eso se puede hacer de muchas formas.

Empieza por crear tus propias muestras. Elige textos representativos del tipo de traducción que te gustaría hacer —literaria, técnica, audiovisual, marketing— y traduce pequeños fragmentos. Coméntalos si quieres: explica las decisiones que tomaste, el tono que buscabas o los retos del texto. Eso demuestra criterio y conocimiento, incluso sin cliente de por medio. Y si eliges un texto publicado, recuerda dejar claro que es una muestra no comercial.

Otra opción es montar proyectos propios. Un blog, un boletín, una cuenta de Instagram donde hables de curiosidades lingüísticas…, todo eso cuenta. También puedes participar en proyectos colaborativos, revistas o traducciones voluntarias. No regales tu trabajo eternamente, pero una colaboración puntual te da experiencia real y visibilidad.

Y si no tienes todavía material traducido, enseña tu proceso. Explica cómo trabajas, cómo investigas, cómo resuelves un problema de estilo o terminología. Eso transmite profesionalidad y madurez, incluso al principio del camino.

Herramientas útiles

Aquí es donde muchos se bloquean: «¿y ahora dónde lo pongo?». No hace falta complicarse ni saber programar. Lo importante es que el formato sea claro, coherente y fácil de mantener actualizado.

Si te apetece tener una web, WordPress sigue siendo el clásico. Permite personalizarlo todo y tener tu propio dominio. Wix y Squarespace (en soluciones / ejemplos de clientes) son opciones más visuales y rápidas de montar, perfectas si no quieres pelearte con la parte técnica. Y si prefieres algo más minimalista y funcional, Notion funciona muy bien como dosier digital; aquí tienes algunas ideas más.

Por otro lado, también está Clippings, con el que puedes crear porfolios de traducción y redacción como este de Pablo Montero, así de rápido y fácil.

Si lo tuyo es el formato descargable, Canva es tu aliado. Tiene plantillas fáciles de adaptar para crear un PDF limpio, con enlaces, capturas y una estructura profesional que puedes enviar por correo sin sufrir por los márgenes.

Y si quieres alardear de muestras online, Behance o Contently te permiten subir fragmentos, enlaces y proyectos, incluso aunque no sean de diseño. LinkedIn también puede servir: usa la sección «Destacados» para añadir enlaces, publicaciones o muestras en PDF.

No importa tanto la plataforma como la coherencia entre lo que enseñas y lo que dices que haces. Elige un formato que puedas mantener sin que te entren ganas de tirarte de los pelos cada vez que haya una actualización.

En resumen

Tu porfolio no es un álbum de cromos, sino una narración visual y textual de quién eres como profesional. Debe reflejar tus intereses, tu estilo, tus fortalezas… y, sobre todo, que te tomas la traducción en serio. Tengas o no experiencia, el truco está en mostrar potencial: el de tu trabajo, tu criterio y tu pasión por las palabras. Porque sí, se nota cuando la tienes.

Y si al montarlo te asaltan las dudas («¿y si no soy lo bastante bueno/a?», «¿y si esto no le interesa a nadie?»), recuerda: todos los traductores hemos pasado por ahí. Lo importante es seguir traduciendo, aprendiendo y afinando tu voz.

Tu porfolio evolucionará contigo. Y eso, sinceramente, es lo bonito de esta profesión, que nunca dejas de crecer.

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Más información y enlaces útiles:

Al regreso de Galway: experiencias en traducción

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La traducción siempre me ha llevado a sitios maravillosos, tanto figurativa como literalmente hablando. Acabo de regresar de Irlanda donde he tenido el honor de participar en una serie de eventos organizados por la School of Languages, Literatures and Cultures de la University of Galway.

La pasada semana impartí un taller y dos ponencias sobre traducción editorial y audiovisual. Fue una experiencia extraordinaria, en la que no solo compartí conocimientos y prácticas, sino que también aprendí muchísimo de estudiantes, profesorado y colegas traductores.

Algunos momentos destacables:

📔 Conversar sobre las dinámicas del mercado editorial de la traducción, sus retos y oportunidades. Y conocer cómo son algunas particularidades en otros países. (En el primer seminario sobre traducción editorial).

🎬 Explorar estrategias para la traducción audiovisual: subtitulado, doblaje, voz en off, etc. Y destacar la importancia de todas ellas, siempre enmarcadas en lo que necesita un producto en especial. (En el segundo seminario, esta vez sobre traducción audiovisual).

📝 Ver el entusiasmo de quienes se acercaron con inquietudes, dudas, ganas de mejorar, de experimentar… y de trastear con textos nada fáciles, aunque lo pareciera en un primer momento. (En el taller de 2 h sobre traducción editorial).

Vivir en primera persona la hospitalidad de la comunidad académica de Galway, en un entorno tan rico culturalmente, ha sido un gran recordatorio de lo valioso que es el intercambio de ideas entre continentes, idiomas y generosidades intelectuales.

Gracias infinitas al equipo organizador, en especial a Tamara de Ines Anton, por la invitación y el acompañamiento. Y a su gran aliada, Atreyu, que me hizo compañía en algún ratito entre sesiones. Una pena no haber coincidido con compañeras como Pilar Alderete Diez, pero estoy segura de que encontraremos la forma.

Y gracias también a todos quienes asistieron, hicieron preguntas, debatieron, se atrevieron a proponer nuevas rutas. Esta experiencia reafirma mi convicción de que la traducción no es solo una disciplina técnica, sino una labor cultural que abre puertas entre mundos, personas y formas de pensar.

Ahora, de vuelta al despacho, me siento con energías renovadas para abordar proyectos presentes y futuros. Tengo miles de ideas bullendo en la cabeza, pero las mismas ganas de siempre. Que nos sigamos encontrando entre lenguas. Que no nos falten nunca.

De universos inventados y frases hechas

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Las frases hechas no viajan bien entre mundos… y ahí empieza el reto del traductor (humano).

En la novela en la que trabajo ahora, los protagonistas habitan un universo distinto al nuestro, donde muchos animales de la Tierra —como perros o ranas— sencillamente no existen. Esto condiciona las decisiones traductológicas: expresiones tan comunes en castellano como «no es moco de pavo» pierden sentido. Lo mismo ocurre con referencias religiosas como «no es santo de mi devoción» o coloquialismos del tipo «donde Cristo perdió el gorro», que en un mundo sin santos, sin Cristo y sin tradición católica carecen de coherencia.

Y no solo pasa con expresiones y frases hechas del estilo, también sucede con medidas y tiempo. Si ese mundo no se rige por relojes —como es el caso que me ocupa—, no podemos hablar de segundos ni minutos; habrá que medir de otra manera, quizá en latidos, pasos o ciclos naturales propios de ese universo.

¿Cómo mantenemos la expresividad de la lengua de llegada sin traicionar la coherencia interna del universo ficticio? Pues la respuesta pasa por la traducción más creativa y humana: encontrar equivalentes que transmitan el mismo efecto al lector, pero que respeten la lógica del mundo narrativo.

Este tipo de decisiones demuestran por qué la traducción literaria (y la no literaria también, ¿eh?) requiere criterio y sensibilidad profesional. Una IA ofrece equivalencias literales, pero no va a evaluar si ese animal existe en la diégesis de la obra o si esa referencia cultural, religiosa o temporal es verosímil en ese universo. Porque no piensa. Esa negociación entre fidelidad y coherencia sigue siendo terreno humano.

¿Qué otras expresiones crees tú que no sobrevivirían en un universo inventado? ¡Te leo!

🖼️ Autorretrato. Dorothea Tanning (1944)

Traducir es puro funambulismo 🎪

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Los traductores nos movemos constantemente entre dos extremos: por un lado, el respeto al texto original; por otro, la búsqueda de una expresión natural en la lengua de llegada. Y en ese vaivén, a veces nos inclinamos tanto hacia uno de los lados que perdemos de vista lo esencial: la durabilidad, la coherencia, la voz.

En los últimos años, hablamos mucho (y con razón) de la importancia de alejarse de traducciones excesivamente literales, esas que suenan forzadas, antinaturales, cogidas por pinzas, vaya. Sin embargo, en ese afán por sonar «naturales», corremos el riesgo contrario: el de fechar las traducciones, anclarlas en un momento concreto del tiempo al utilizar expresiones demasiado propias de una moda, una generación o una jerga puntual.


Pensemos en palabras como «bro», «PEC» o expresiones como «servir c*ñ*», «F en el chat», «estar alguien en su prime», etc. Tienen fuerza, ritmo, personalidad…, pero también fecha de caducidad. Puede que funcionen de maravilla hoy, pero ¿cómo envejecerán dentro de cinco años? ¿Seguirán siendo comprensibles? ¿O parecerán artefactos de otra era, como los «guay del Paraguay» de los noventa?

Traducir es trasladar palabras, claro, pero sobre todo consiste en decidir qué tono queremos dar, cuánto queremos que pese la actualidad y cuánto queremos que perdure la historia. No se trata de eliminar lo coloquial ni de neutralizar la voz de los personajes, sino de preguntarnos a quién estamos hablando hoy… y a quién le hablaremos mañana.

Este equilibrio no es fácil y no siempre hay respuestas claras, porque, obviamente (se viene frasecita manida) depende del contexto. A veces, una expresión muy del momento es justo lo que necesita un personaje para cobrar vida (hace poco en una novela encontraba, literal, una expresión donde encajaba de mil amores lo del «ir a servir»). Otras, es mejor apostar por una naturalidad menos marcada, más atemporal, que permita que el texto respire con libertad dentro de unos años.

Como traductores, no podemos prever el futuro, pero sí podemos ser conscientes de las elecciones que hacemos. Y sobre todo, podemos defender que una traducción con personalidad no tiene por qué sonar forzada ni tampoco quedar atrapada en una moda pasajera.

Al final, se trata de eso: encontrar la voz, el tono y el ritmo que hagan justicia al original y que, al mismo tiempo, conecten con los lectores… de hoy y de mañana.

***

P. D.: Si hay algo de la imagen que no te suena, te dejo por aquí un minidiccionario: https://lnkd.in/dJndjb-H

Cómo me organizo para rendir (aunque no siempre llegue a todo)

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A menudo me preguntan cómo llego a todo. Y mi respuesta sincera es: no siempre llego. Esto es así.

Trabajo como autónoma, y eso significa que llevo varios sombreros: traductora, gestora de proyectos, formadora, contable… Aun así, hay varias estrategias que me ayudan a mantener el rumbo, a concentrarme mejor y a trabajar de forma más productiva sin dejarme la piel en el intento.



No tengo una fórmula mágica, pero sí algunos trucos que me funcionan:

🔹 Planificación realista: Intento no sobrecargar mis jornadas. Dejo márgenes para imprevistos, porque sé que los habrá. Tener una visión clara de las tareas me permite priorizar sin entrar en modo pánico (aunque siempre haya algún momentito así, para qué negarlo).

🔹 Listas breves y claras: Cada día empiezo con una lista de entre 3 y 5 tareas clave. Si las termino, perfecto: añado más (o no). Pero parto de lo esencial para evitar la parálisis por exceso (me he dado cuenta de que me pasa bastante; cuando me abrumo, tiendo a postergar decisiones).

🔹 Me como el sapo 🐸: Cuando puedo, empiezo el día con la tarea que más me cuesta. Esa que más me tienta posponer (contestar un correo peliagudo, hacer un presupuesto complejo). Una vez hecha, todo lo demás fluye mejor.

🔹 Bloques de trabajo sin interrupciones: Silencio notificaciones, dejo el móvil boca abajo y trabajo por bloques. Sin excusas.

🔹 Pequeñas rutinas motivadoras: Una taza de café, una lista de reproducción especial, una vela encendida (o lo que me chifla ahora; quemar cera aromática en un quemador), etc. Son pequeños gestos que me ayudan a crear un ambiente que invite a trabajar.

🔹 Descansos estratégicos: Parar no es perder el tiempo. A veces basta con levantarme cinco minutos, salir a dar un paseo corto, sacar al perro o mirar por la ventana para volver con las ideas más claras. A veces, lo reconozco, también implica poner una lavadora o descargar el lavavajillas. Está estudiado: el cuerpo quiere movimiento cuando la mente se cansa, aunque sea barrer.

🔹 Delegar, automatizar, eliminar: Cada cierto tiempo reviso mis procesos y me pregunto: ¿Podría automatizarlo? ¿Esto sigue siendo necesario? ¿Paso el encargo, mejor?

🔹 Decir que no: Aprender a decir que no a ciertos proyectos, reuniones o compromisos también es productividad. No puedo con todo, y reconocerlo me hace más eficiente y más humana. Me cuesta horrores (diría que es lo que más), pero es necesario.

🔹 Celebrar los logros: Marcar una tarea como hecha y tacharla de la lista, cerrar un proyecto… Cada pequeño logro merece su minicelebración. A veces es un café tranquilo. Otras, parar para leer algo por placer o hacer dibujitos en un papel (¿conoces el zentangle?).

No siempre llego a todo, pero con estos puntos llego a lo importante.

Y tú, ¿tienes algún truco que te ayude a concentrarte o rendir mejor en el día a día? ¡Compartir es vivir!

«De la imaginación a la libertad». Celebrando a Ana María Matute y Carmen Martín Gaite

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El pasado martes 20 asistí a una mesa redonda dedicada a dos grandes figuras de nuestras letras: Ana María Matute y Carmen Martín Gaite, en el centenario de su nacimiento. El encuentro, celebrado en el Ateneu Barcelonès, reunió a Pilar Aymerich, María Paz Ortuño, Marta Pessarrodona y Lisbeth Salas, con la moderación de Àngels Gregori. Juntas repasaron la importancia de estas autoras en la literatura del siglo XX y el impacto que siguen teniendo en las escritoras de hoy.

También intervinieron María José Gálvez, directora de la Dirección General del Libro, del Cómic y de la Lectura, así como Isona Passola y Lluïsa Julià, presidenta y vicepresidenta del Ateneu, respectivamente.

En la foto, de izquierda a derecha: Lluïsa Julià e Isona Passola, vicepresidenta y presidenta del Ateneu; Àngels Gregori, moderadora de la mesa; María J. Gálvez, directora de la Dirección General del Libro, del Cómic y de la Lectura; y las ponentes Marta Pessarrodona, Pilar Aymerich, Lisbeth Salas y Mari Paz Ortuño. Foto de Jordi Play

Marta Pessarrodona, poeta y crítica literaria, nos habló del vínculo que la unía a Carmen Martín Gaite y leyó una carta que envió a su hermana tras el fallecimiento de Martín Gaite, además de un artículo que escribió en su honor.

María Paz Ortuño, comisaria de una exposición que hasta enero se pudo ver en Madrid y pronto llegará a Barcelona, contó que Matute empezó a escribir desde muy pequeña (se conserva incluso un cuento ilustrado que escribió a los 5 años) y, siempre decidida, se presentó directamente a Destino con su primera novela bajo el brazo. A pesar de las reticencias iniciales, consiguió que el editor se la leyera… y acabó ganando el Planeta.

Ambas se hicieron muy muy amigas. Paz la acompañó en varios viajes hacia el final de su vida y atesora frases de su colega (y vecina) como «quien no inventa no vive» y «la literatura ha sido el faro salvador de mis tormentas». Matute, contaba Paz, se hacía también sus propios muebles y, ante las dificultades, siempre decía que «para todo hay que tener las herramientas adecuadas».

Las fotógrafas Pilar Aymerich y Lisbeth Salas agasajaron al público con una serie de fotografías no solo de ambas autoras, sino también de sus hogares y objetos (Salas) y del contexto político y social de la época (Aymerich).

El hilo conductor de la mesa fue que Ana María Matute y Carmen Martín Gaite, figuras clave de la literatura española del siglo XX, comparten mucho más que el año de su nacimiento, 1925. Ambas destacaron por dar voz a la infancia, las mujeres y los márgenes en una posguerra marcada por el silencio. Matute, con su lenguaje poético y simbólico, y Martín Gaite, con su aguda mirada sobre las relaciones humanas y la introspección, exploraron temas de soledad, memoria y resistencia.

Ambas sufrieron mucho en vida. Carmen Martín Gaite perdió a su hijo de siete meses por una meningitis y a su hija Marta —filóloga y traductora— por el sida. Matute perdió la custodia de su hijo durante tres años tras el divorcio de su marido y pasó por una profunda depresión. La literatura, coincidieron ayer varias ponentes, salvó a las dos a través de la imaginación.

Y lo que quedó muy claro durante y después de la mesa es que ambas fueron pioneras en un mundo literario dominado por hombres y abrieron camino para generaciones posteriores de escritoras, convirtiéndose así en referentes ineludibles de nuestras letras.

Por mi parte, disfruté como una enana, no solo por escuchar a semejantes personalidades del mundo cultural, sino también por poder representar a ASETRAD en un acto así. Además, tuve la ocasión de charlar un ratito con María José Gálvez sobre las inquietudes que, como sector, nos asaltan con la inteligencia artificial generativa y la pérdida de derechos como autoras y autores. A modo de resumen, se están haciendo muchas cosas y es una preocupación compartida, pero hay que seguir trabajando en propuestas efectivas que se puedan llevar al terreno práctico.

Ojalá así sea y, parafraseando el título de la mesa redonda, no se le corten las alas ni a la imaginación ni a la libertad.

Traducir para ser oído: peculiaridades de la traducción de audiolibros

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La mayoría de los textos que traducimos los imaginamos en papel o en pantalla. Pero ¿qué ocurre cuando ese texto no va a leerse, sino a escucharse? La traducción de audiolibros implica una serie de retos y particularidades que no siempre están presentes en otras modalidades editoriales. No basta con traducir bien: hay que traducir para el oído.

Uno de los audiolibros que traduje hace un tiempo, con locución del célebre actor Jordi Boixaderas. ¡Lujazo!

La oralidad como destino

El principal cambio de chip que exige esta modalidad es recordar que el producto final será interpretado con la voz, no con la vista. La oralidad lo condiciona todo. El texto debe sonar fluido, natural y claro. Hay que tener en cuenta la musicalidad, el ritmo de las frases, las pausas, la puntuación, la cadencia… En una lectura silenciosa, el lector puede releer si se pierde. En una lectura en voz alta, no hay marcha atrás.

Esto implica que estructuras demasiado largas o complejas pueden dificultar la comprensión. Es preferible optar por frases más claras y directas, que mantengan la atención del oyente sin exigirle demasiado esfuerzo.

Pensar con el oído

El oído capta el lenguaje de forma diferente al ojo. Algunos elementos que funcionan bien en un texto escrito pueden perder eficacia —o directamente resultar confusos— cuando se oyen. Por ejemplo:

  • Las enumeraciones largas pueden abrumar.
  • Las frases con muchas subordinadas o incisos pueden dificultar el seguimiento.
  • Las ambigüedades o dobles sentidos involuntarios pueden pasar desapercibidos para quien escribe, pero no para quien escucha.

Por eso, conviene revisar siempre el texto traducido leyéndolo en voz alta. Es la mejor manera de detectar cacofonías, repeticiones accidentales, ritmos raros o frases que se tropiezan.

El narrador como aliado

Una de las grandes diferencias respecto a la traducción de un libro impreso es que el texto traducido pasará por la interpretación de una persona: el narrador o narradora del audiolibro. Y nuestro trabajo puede facilitarle —o complicarle— muchísimo la tarea.

La puntuación, por ejemplo, no solo debe ser correcta desde el punto de vista gramatical: también tiene que guiar la entonación. Las pausas deben tener sentido. Las acotaciones emocionales (“dijo enfadado”, “susurró con tristeza”) deben estar integradas de forma que no rompan el flujo ni suenen forzadas.

Además, cuando hay muchos personajes, es útil diferenciar bien sus formas de hablar. Esto no solo aporta color y coherencia al texto, sino que ayuda al narrador a marcar esas diferencias con la voz.

¿Y qué pasa con los elementos visuales?

En ocasiones, los textos incluyen recursos visuales (tipografías, cambios de formato, notas al pie, dibujos, cartas, mensajes de móvil…) que en un audiolibro no se ven. Aquí la labor del traductor consiste en adaptar, resumir o reescribir para que la información se entienda solo con el oído.

Esto es especialmente importante en literatura infantil, donde el texto suele apoyarse mucho en la ilustración y donde la musicalidad, el ritmo o incluso la rima pueden formar parte de la narración.

¿Traducción o adaptación?

Todo esto plantea una pregunta interesante: ¿hasta qué punto estamos traduciendo… y hasta qué punto estamos adaptando? La línea entre ambas disciplinas se difumina en el caso de los audiolibros, porque la prioridad no es tanto la fidelidad palabra por palabra, sino la eficacia del mensaje en formato sonoro. Lo que importa es que el texto suene bien y se entienda bien.

Por eso, traducir un audiolibro exige una sensibilidad especial. No es solo traducir: es pensar con oído, imaginar cómo va a sonar, prever cómo lo va a recibir una persona que, probablemente, esté escuchando mientras camina, conduce o cocina.

Para seguir… escuchando

Aquí van algunas lecturas interesantes sobre el tema, por si quieres profundizar:

¿Has traducido algún audiolibro o te gustaría hacerlo? ¿Qué decisiones creativas has tomado para que una frase funcione bien al oído? ¡Te leo en comentarios!

Traducir webtoons… que luego saltan al formato físico

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Ya se ha publicado mi última traducción de un webtoon original, The Kiss Bet, y como tiene sus peculiaridades se me ha ocurrido contaros un poco de qué va todo esto de traducir webtoons.

Traducir un webtoon es un reto creativo que combina la traducción literaria con la audiovisual. El texto está integrado en viñetas y depende mucho del contexto visual. Esto nos ocurre también con el cómic, obvio, pero aquí se le añade el modo distinto de visualizarlo y leerlo.

Primero, es fundamental analizar el formato y la estructura del webtoon, que está diseñado para dispositivos móviles y presenta diálogos breves y naturales. El tono y estilo también son cruciales, ya que dependerán del género (romance, fantasía, comedia, etc.), y es importante adaptar el humor visual y los juegos de palabras.

Los efectos sonoros (SFX) como BOOM! o grrr suelen estar integrados en la imagen. A veces se traducen, pero en otras ocasiones se mantienen en el idioma original. Esto es algo que deberemos consensuar con el cliente. Además, como en la traducción de cómic, es esencial cuidar la limitación de espacio, ya que las frases largas pueden romper el flujo de lectura, por lo que hay que reformular o condensar cuando sea necesario.

También es clave mantener la coherencia en los registros de habla de los personajes y procurar que los términos recurrentes sean consistentes. La localización cultural aquí es fundamental, ya que los webtoons pueden incluir referencias que no son familiares para el público hispanohablante. Decidir cómo adaptar esos elementos es parte del proceso.

Por último, las herramientas de trabajo pueden variar según el formato (archivos separados o texto incrustado en imágenes), por lo que es esencial conocer el formato de entrega.

Pero… ¿y cuando ese webtoon pasa al formato físico, como en este caso?

Una de las primeras páginas de The Kiss Bet, editado por Random Cómics.

Cuando un webtoon pasa al formato impreso, la traducción requiere tener en cuenta aspectos adicionales por las diferencias entre la lectura digital y la impresa.

1. Ajuste de la edición y maquetación: En formato digital, los webtoons se leen de forma vertical y continua, pero en impresión, las páginas deben adaptarse al formato tradicional de papel.

  • Formato y maquetación: Los webtoons están diseñados en vertical para móvil, por ejemplo, pero en papel se convierten en páginas con viñetas más estructuradas. Puede que algunas escenas se remaqueten o ajusten.
  • Flujo de lectura: Mientras que un webtoon digital suele tener menos texto por viñeta, en papel el ojo recorre la página de otra manera, por lo que el ritmo narrativo puede sentirse diferente.
  • Edición del texto: En digital, los bocadillos suelen ser grandes y espaciados, pero en impresión pueden reducirse. La traducción debe ajustarse al espacio disponible sin perder naturalidad. Puede que las frases tengan que condensarse un pelín más y adaptarse al tamaño de la página.

2. Bocadillos y espacio. Si en digital una línea de diálogo se lee con un scroll rápido, en papel un bocadillo muy largo puede saturar la página. Es clave:

  • Condensar sin perder el significado.
  • Evitar oraciones demasiado largas que dificulten la lectura fluida.
  • Adaptar onomatopeyas y SFX. Los efectos sonoros que aparecen en la versión digital deben adaptarse en la versión impresa. Puede ser necesario redibujar o ajustar las onomatopeyas para que encajen mejor con el diseño gráfico.

3. Adaptación cultural para impresión. El tipo de lector puede que no sea el mismo en ambos formatos.

  • Diferencias en el público: En digital, los lectores suelen estar más familiarizados con términos de la cultura original (Oppa, senpai, kimchi), pero en papel el público puede ser más amplio y requerir explicaciones o adaptación. En este caso, hay que decidir si se deja el término original, se adapta o se añade una nota a pie de página.
  • Traducción de notas y referencias: En digital, los comentarios del autor o notas suelen ir al final del episodio. En la versión impresa, pueden colocarse en páginas especiales o con asteriscos en las viñetas.

4.  Continuidad y revisión final

  • Coherencia con la serie: Si el webtoon tiene más temporadas o material extra (novelas, spin-offs), hay que asegurarse de mantener la terminología y estilo. Por ejemplo, me pasó al traducir la segunda parte de Boyfriends, de Refrainbow. No conocía el webtoon y ponerme con él ya empezado requería una lectura previa para ver la terminología y empaparme del estilo.
  • Revisión de imprenta: En la última fase, puede haber cambios en maquetación que afecten la traducción. Si hay recortes de espacio, es mejor que los haga el traductor para que el texto no pierda sentido.

¿Qué os ha parecido? ¿Habéis traducido algún webtoon o cómic para la web? ¿A qué retos y dificultades os habéis enfrentado? ¡Os leo!