Una de las cosas que más me gusta de esta profesión es que siempre aprendes cosas nuevas y, normalmente, salen encargos y proyectos que te empujan a salir de tu zona de confort.
Cada traducción es distinta a la anterior; un mismo día puedes estar traduciendo sobre un niño y su amigo imaginario, sobre medidas contra el acoso escolar y sobre una empresa de alquiler de coches. No digo que no haya trabajos más rutinarios o más aburridos, hay de todo, pero en la variedad está el gusto y en este oficio suele darse en abundancia.
Sin embargo, estos últimos días he salido de la burbuja a lo grande. Para poneros en situación, empecé a colaborar con la editorial Mai Més hace unos meses con la traducción al catalán de Trail of Lightning, El rastre del llamp, de Rebecca Roanhorse, una novela distópica con protagonista femenina muy cañera y trasfondo navajo muy interesante. ¡Y ganadora del premio Locus, por si fuera poco!
Para mí, esta fue mi primera incursión en el género fantástico, por el que siempre he tenido bastante respeto. Los lectores son muy exigentes (como debe ser, por otro lado), no había tocado ciencia ficción desde mi adolescencia y no había leído a grandes como Sanderson o Pratchett (shame on me!). Aun así, me informé sobre el libro, me gustó y vi que no pertenecía a ninguna saga ya empezada. Recalco esto porque llegar a una saga a medias es complicado; debes empaparte bien del mundo creado en el libro, el estilo y la terminología propia.
Disfruté mucho con esta historia (os la recomiendo si sabéis catalán y, si no, creo que se han adquirido ya los derechos para traducirla al castellano), el libro quedó de diez y también por primera vez mi nombre apareció en una cubierta.
Pero lo que me empujó a salir de la burbuja de mi despacho fue hacer de intérprete para la autora en su visita a Barcelona. Los editores de Mai Més, más majos que las pesetas, me pidieron si podía echarles una mano aunque no fuera intérprete. Necesitaban interpretación para la presentación de la autora a varios periodistas y blogueras y, posteriormente, para el encuentro con lectores en la librería Gigamesh, templo friqui por excelencia.
Presentación de Rebecca a la prensa en la librería Gigamesh este pasado viernes.
No sabéis los nervios que me entraron. Si me leéis por redes, sabéis que siempre he alabado el trabajo de los intérpretes, lo respeto muchísimo y me parece realmente encomiable. Solo había hecho un par de interpretaciones para empresas y de eso hacía muchos años. Además, siempre digo que tengo poca memoria y, claro, no dejaba de imaginarme ahí delante de la gente boquiabierta y con la mente en blanco.
Así pues, me preparé la tarea como si fuera un examen, de algún modo lo era. Lo mejor fue que gran parte de esa documentación ya estaba hecha. Cuando traduzco un libro suelo apuntar las directrices que sigo para que puedan ayudar después a la correctora y la editora. Apunto las dificultades o las curiosidades terminológicas y algunas cuestiones máspara entender mejor el contexto. En este caso, me había hecho también un glosario porque en la novela aparecen muchos términos en navajo.
Fragmento de los apuntes que me fueron de perlas también para interpretar.
Llegó el viernes, la prueba de fuego después de tanto tiempo sin desempolvar mis herramientas de interpretación, y la experiencia fue muy grata. Además, por primera vez (¡otra primera vez!) conocía a una autora a la que había traducido y me hizo mucha ilusión. Debo decir que en este caso, muchos asistentes sabían inglés, lo que supuso una ventaja.
Ayer volvimos a reunirnos para que los lectores conocieran a Roanhorse y pudieran preguntarle lo que quisieran. En este caso me encargaba no solo de la interpretación, sino también de hacerle las preguntas y de servir de enlace con los asistentes. Esta vez iba bastante más tranquila porque ya había tenido contacto con la tarea la semana anterior, había practicado la toma de notas, conocía a la autora y, sobre todo, su acento y su forma de hablar. También me había leído entrevistas anteriores, con lo que tenía una idea aproximada de los temas que podían salir.
Encuentro de Rebecca Roanhorse con los lectores en la librería Gigamesh.
Me sentí muy cómoda y creo que eso al final se nota. No soy intérprete profesional (siempre he separado bastante traducción de interpretación), pero creo que al final conseguí transmitir bien su mensaje. Y, por supuesto, me alegro de haberme atrevido a salir de mi zona de confort.
En definitiva, con preparación y sin subestimar ningún encargo, si nos vemos capacitados va bien de vez en cuando salir de nuestra burbujita y lanzarnos a probar más primeras veces. Puede que nos guste tanto que no se quede en esa primera vez.
Ando preparando los materiales para el curso de traducción erótica de AulaSic y me doy cuenta de que no he hablado nunca en el blog de una iniciativa curiosísima que premia las peores escenas de sexo en literatura.
Se trata de los premios Bad Sex in Fiction Award que concede la revista literaria británica Literary Review desde hace 26 años y que hace hincapié en las descripciones de escenas sexuales superficiales, redundantes o mal escritas en la literatura de ficción contemporánea. Un toque de atención por el mal trato que se le da al sexo en las novelas actuales, vaya.
El galardón de este año pasado se lo llevó el estadounidense James Frey, cuya obra más conocida es Soy el número cuatro, una novela de ciencia ficción juvenil que llegó a los cines de todo el mundo. La escena que le valió el premio pertenece a su última obra, Katerina, y que el Washington Post ya calificó como una de las peores novelas del año. Este fragmento discurre en un lavabo de París en el que Jay y su novia Katerina, una modelo noruega, dan rienda suelta a su pasión:
I’m hard and deep inside her fucking her on the bathroom sink her
tight little black dress still on her thong on the floor my pants at my knees
our eyes locked, our hearts and souls and bodies locked.
Cum inside me. Cum inside me. Cum inside me. Blinding breathless shaking overwhelming exploding white God I cum inside her my cock throbbing we’re both moaning eyes hearts souls bodies one. One. White. God. Cum. Cum. Cum. I close my eyes let out my breath. Cum. I lean against her both breathing hard I’m still inside her smiling. She takes my hands lifts them and places them around her body, she puts her arms around me, we stay still and breathe, hard inside her, tight and warm and wet around me, we breathe. She gently pushes me away, we look into each other’s eyes, she smiles.
Entre el efecto de la puntuación inexistente (I cum inside her my cock throbbing we’re both moaning eyes hearts souls bodies one) y las repeticiones (Cum inside me / Cum), queda un fragmento de lo más majo.
Y no os penséis que los escritores se lo toman a mal. En este caso, al saberse ganador, James Frey dijo: «Es un honor recibir este premio tan prestigioso. Felicidades a todos los demás finalistas: he gozado de horas de lectura durante todo este año». Aun así, no acudió a recoger el premio en la ceremonia de entrega.
Otros finalistas incluyen los siguientes pasajes. La inventiva no conoce límites, ya veis. Fijaos, sobre todo, en la ejemplificación y las comparaciones dudosas que se marcan. Aquí van algunas para nota:
The Divine Comedy de Craig Raine: «And he came. Like a wubbering springboard. His ejaculate jumped the length of her arm. Eight diminishing gouts. The first too high for her to lick. Right on the shoulder». (Y se corrió. Como un trampolín que se estremece. La eyaculación abarcó la longitud de un brazo. Ocho gotas menguantes. La primera demasiado alta para que ella pudiera lamerla. Justo sobre su hombro).
Killing Commendatore de Haruki Murakami: «I slipped my erect penis inside. Or, from another angle, that part of her actively swallowed my penis, immersing it in what felt like warm butter» (Esa parte de ella se tragó activamente mi pene, sumergiéndolo en lo que se me antojaba mantequilla caliente);
Rowan Somerville:«…like desert vegetation following an underground stream» (hablando de vello púbico: como la vegetación del desierto que bordea un riachuelo subterráneo). O «He unbuttoned the front of her shirt and pulled it to the side so that her breast was uncovered, her nipple poking out, upturned like the nose of the loveliest nocturnal animal, sniffing the night. He took it between his lips and sucked the salt from her». (…el pezón levantado como la nariz del animal nocturno más adorable, olfateando la noche. Lo tomó entre los labios y le chupó la sal).
Scoundrels de Major Victor Cornwall y Major Arthur St. John Trevelyan: «Her vaginal ratchet moved in concertina-like waves, slowly chugging my organ as a boa constrictor swallows its prey». (Su trinquete vaginal se movía como los fuelles de una concertina, chupándome el órgano lentamente cual boa constrictor que se traga a su presa). Y parecía difícil combinar mecánica, música y zoología, ¿eh?
No penséis que el mal sexo escrito es terreno exclusivo de los hombres; también encontramos a escritoras, como Nicola Barker y su «She smells of almonds, like a plump Bakewell pudding; and he is the spoon, the whipped cream, the helpless dollop of warm custard». (Ella huele a almendras, como un pudín Bakewell esponjoso; y él es la cuchara, la nata montada, la cucharada indefensa de natilla caliente). Va, ahora en serio, algunos escriben con hambre, ¿no?
Y eso me lleva, ya para terminar y siguiendo con las ejemplificaciones y analogías, a las descripciones del cuerpo de las mujeres que —la gran mayoría de las veces— escriben hombres.
He aquí un fragmento glorioso de Edmund White: «…and full breasts that visibly strained at the breastbone like two puppies pulling on their leashes in slightly diverging directions». ¿Perdona?
Imagen que subió Alexis Ames, @alexis_writes1, a Twitter.
Normal que de esta obsesión por los pechos salgan parodias así:
Justo el año pasado empezó un juego en Twitter, Describe Yourself Like a Male Author Would (descríbete como lo haría un escritor; un señoro, mejor dicho) que surgió de un hilo viral de Gwen C. Katz sobre los clichés que los hombres utilizan para describir a las mujeres y que, cómo no, se centran en su figura.
Muchas mujeres respondieron con autodescripciones que parodiaban la forma de escribir de estos autores a partir de una iniciativa, relacionada con esto, de Whitney Reynolds:
En fin, también os digo que esto no es exclusivo de las demás literaturas. Seguro que podemos encontrar ejemplos patrios. Así a vuelapluma, se me ocurre este de Falcó, de Arturo Pérez-Reverte, que combina ambas cosas, sexo raruno y ejemplificación curiosa:
—Estás bien, españolito —dijo—. Estás muy bien.
—Gracias.
Falcó se arrodilló y le introdujo los dedos en el sexo. Ella sonreía.
—Dime puta.
—Puta.
Se intensificó la sonrisa obscena.
—Ahora dime puerca.
—Puerca.
Quiso tumbarla de espaldas en la alfombra , pero se le escabulló, riendo. Después se dio la vuelta, poniéndose a cuatro patas. Los senos germánicos colgaban grandes y pesados. Sólo faltaba música de Wagner.
—Házmelo por detrás —ordenó ella.
Y ya estaría. Espero que hayáis quedado bien satisfechos con los ejemplos, pero si queréis dejar otros fragmentos curiosos de este tipo, por favor, no os cortéis.
Sin duda, hoy es uno de los días más bonitos del año. Las calles se llenan de libros y de rosas. Pero sobre todo de libros. Y este blog no iba a ser una excepción. Llevamos ya varias entregas de recomendaciones para traductores y hoy volvemos a la carga.
La primera recomendación no es un libro en sí, sino una revista trimestral que es ya de lectura obligada para todos los que trabajamos con la lengua: Archiletras. Como se presentan en su web: «Archiletras es un medio de comunicación global y panhispánico, impreso y digital, en torno a la lengua española. Un medio de comunicación para todos aquellos que tienen la lengua como su materia profesional o como una de sus principales herramientas profesionales». Y no defrauda. Detrás hay firmas como las de Elena Álvarez Mellado, Alberto Gómez Font, Álex Grijelmo, Isaías Lafuente, Rosalía Lloret, Antonio Martín, Estrella Montolío, Rafael del Moral y muchas más.
Los tres números de Archiletras publicados hasta la fecha
Ya van por el tercer número y hasta ahora han tratado temas tan distintos como el léxico de la publicidad, el lenguaje inclusivo o la norma lingüística (primer número); la lingüística forense, los términos económicos que nos ha dejado la crisis o las olvidadas mujeres lingüistas hispano-americanas (segundo número); la enseñanza del español, el auge de la caligrafía o el sesquipedalismo (tercer número). En definitiva, temas para todos los gustos que harán las delicias de todo aquel amante de la lengua que se precie.
En la web puedes adquirirlos por separado por 10 € cada uno o suscribirte. Chivatazo: hoy, Día del Libro, tienes cuatro números por ese precio.
La segunda recomendación es el delicioso libro de Amelia Pérez de Vilar, Los enemigos del traductor. Elogio y vituperio del oficio, editado por Fórcola. Su misma solapa es toda una declaración de intenciones:
«Los traductores han sido históricamente acusados de ser
unos traidores. Si a los editores Goethe los enviaba directamente al averno,
por ser hijos del diablo, aquellos siguen siendo condenados a un infierno peor:
el del olvido.
Amelia Pérez de Villar, escritora y traductora, aborda en
este apasionado e intenso ensayo una reflexión lúcida y comprometida con un
oficio que, sin renunciar al rigor y la profesionalidad, considera artesano. No
es una profesión apta para simples titulados en traductología —“el diccionario se
queda siempre corto”—, sino para iniciados con horas de vuelo, para los que la
vocación no deja de ser aliada de la experiencia, la sabiduría, el instinto y
la cultura. Un trabajo oscuro, solitario y discreto, que hoy más que nunca,
tras su reconocimiento legislativo, exige respeto y un pago justo. Soldados de
fortuna, los traductores se enfrentan a múltiples enemigos: la invisibilidad;
el permanente silencio de la crítica —apenas ocupa una línea citar al traductor—;
la falta de reconocimiento, tanto profesional como social; el intrusismo; la
inseguridad laboral; los ingresos exiguos; y hasta la tendencia al “aplanamiento”
de ciertos editores.
El proceso de traducción nunca es recto, liso ni unívoco. En tiempos de velocidad desquiciada, el trabajo de traductor requiere tiempo, arqueología lingüística, y hasta investigación anticuaria. Con todo, aunque el traductor todavía sea en muchos casos un mal necesario, para muchos editores contar con un buen profesional es una inversión y una garantía de calidad. Estas páginas son un intento de dignificar esta profesión que tan dura es de aprender y de ejercer —reservada sólo a quienes le profesan amor y respeto, quienes sienten pasión por el lenguaje—, y sin la cual Babel nos ganaría la partida».
Con mucho sentido común, Amelia nos desgrana las bondades de este oficio, y las que no lo son, en un retrato fidedigno de nuestra profesión. Si queréis saber algo más, podéis leer aquí una reseña muy completa.
Podéis adquirirlo en la web del editor, pedirlo en vuestra librería de confianza o hasta en Amazon.
Por último, pero me he dejado lo mejor para el final, La profesión del traductor e intérprete: claves para dar el salto al mundo laboral, que edita Ediciones Trea con la coordinación de Purificación Meseguer Cutillas y Ana María Rojo López, de la Universidad de Murcia, y que firman también otros compañeros de la profesión. Un manual completo, sincero y muy directo para los traductores noveles que se enfrentan al dilema de «¿Y ahora qué?» al acabar los estudios de Traducción e Interpretación.
¿Qué vamos a encontrar en él? En el primer bloque, Marta Navarro y Juan Goberna nos hablan de los posgrados y másteres que se pueden cursar al terminar TeI y los congresos, seminarios y demás actividades que puedan complementar la formación recibida durante el grado y puedan preparar al recién licenciado para su entrada al mundo laboral.
En el segundo bloque, enfocado en el perfil profesional,
Laeticia Abihissira nos habla de cómo presentarnos como traductores en internet
para empezar a buscar clientes. Itziar Hernández hace hincapié en las bondades
de las asociaciones de traductores e intérpretes, lo que estas pueden hacer por
nosotros y, sobre todo, lo que nosotros podemos hacer por ellas.
El tercer bloque aborda los primeros pasos que podemos dar
como profesionales: cómo iniciarnos en el sector privado (Inmaculada Vicente),
cómo acceder a la traducción editorial (Miguel Ros) y cómo conseguir los
primeros encargos en las industrias creativas como la subtitulación, la audiodescripción
y la transcreación (Marina Ramos, María Olalla y María Monje). En este bloque
podemos encontrar trámites para ser autónomos, consejos para hacer facturas, métodos
para buscar clientes y trucos para abordar las pruebas de traducción.
Por último, en el cuarto bloque encontramos consejos variados
para ejercer la profesión. Ana I. Foulquié aborda el uso eficaz de las memorias
de traducción y nos explica los diversos tipos que podemos usar, tanto gratis
como de pago. Nieves Flutet nos habla de la ortotipografía y la corrección de
estilo y hasta nos incluye una chuleta con atajos de teclado útiles. María
Ángeles Orts trata las fuentes y los recursos para documentarse y nos da
algunos enlaces útiles. Paula Cifuentes pone el broche final con la productividad
escribiendo sobre aquellas técnicas y herramientas que nos pueden facilitar la
tarea.
En definitiva, si estáis a punto de terminar la carrera o
hace poco que salisteis al mundo laboral y no termináis de tener las cosas
claras, este es vuestro libro.
Igual que en el libro de Pérez de Villar, podéis encontrar este libro en la web del editor, pedirlo a vuestro librero o encontrarlo en Amazon.
***
Espero que os hayan gustado las recomendaciones de hoy y para terminar con buen sabor de boca, ¿qué os parece un sorteo*? Entre todos los comentarios que dejéis en esta entrada hasta el domingo 28 con vuestra recomendación literaria (sea la que sea), elegiremos uno al azar que ganará este estupendo lote de libreta, libretilla de pósits, bolsa de tela, broche de madera reciclada con el típico panot de Barcelona y el librazo de Meseguer y Rojo. ¡Comentad, compartid la entrada y mucha suerte!
*Válido solo para España. Los resultados se comunicarán el lunes mediante respuesta en el mismo comentario. ¡Estad atentos! 🙂
Sabéis que, de vez en cuando, en el blog hablo de los libros que deberían estar en la biblioteca de cualquier traductor que se precie; como muestra, aquí van la primera entrega, la segunda, la tercera y la cuarta, que dediqué a los principiantes.
Pues hoy os propongo una muy especial. Los libros que veréis a continuación suelen recomendarse durante la carrera y los másteres por un buen motivo. Aunque a veces puedan parecer aburridos (sobre todo durante el grado), son fruto de años de práctica e investigación y son un buen apoyo no solo para los estudiantes sino también para los profesionales. Por ejemplo, el libro de Mossop es muy muy útil para la revisión y corrección de traducciones propias y ajenas.
¿Y por qué son tan especiales estos libros? Pues porque hasta el 28 de febrero de 2019, Routledge nos ofrece acceso gratuito para que podamos disfrutarlos desde ESTA PÁGINA.
Así que ¡leed cuanto podáis! En casos como estos, recomiendo que le echéis un buen vistazo a cada uno. Es la mejor forma de valorar si os merece la pena la inversión. De los libros más recientes solo puede consultarse en línea el 10 % del contenido, así que fijaos bien en el índice o la tabla de contenidos. Una oportunidad como pocas. ¡Aprovechad!
Reconócelo. Tú también lo has hecho alguna vez. Yo lo he hecho varias veces y en público.
No, no me refiero a eso. Hablo de criticar una traducción. Sea por demostrar el estupor ante algo que creemos obvio o porque pensamos que se puede sacar una enseñanza, el caso es que terminamos criticando la traducción de un compañero. Pensamos más en el error y no en la persona —al menos esa ha sido la intención que he tenido yo siempre cuando he hablado de alguna traducción— y el objetivo en teoría no es ridiculizar al traductor ni proclamar que tú o yo lo haríamos mejor. Pero lo que termina pasando es que sí ponemos el dedo en la llaga del traductor sin conocer el contexto en que se ha producido dicho error.
Os preguntaréis a qué viene esta entrada ahora. Bueno, es algo que llevo pensando desde este verano y, sobre todo, al ver lo que ha pasado con la polémica de Roma (Alfonso Cuarón, 2018). En este último caso, he visto a compañeros cebarse con algunas elecciones léxicas de la traductora, yendo mucho más allá de la crítica por el hecho de subtitular la película a nuestro español y que, en cualquier caso, es algo que no la incumbía a ella.
Este verano compartí una foto que había colgado un compañero en un foro de traducción de Facebook. En esa foto había un error muy llamativo, habían bautizado Nueva Suéter a Nueva Jersey. Es un error de los que llaman poderosamente la atención y que muchos supusieron que había sido cosa de la traductora. A mí me pareció curioso y lo compartí en mis redes sin ir más allá, sin pensar en la autora de esa traducción y en cómo se podría sentir al ver cómo degeneraban muchos de esos comentarios. Evidentemente, el gazapo estaba ahí y muy seguramente habían sido los duendes de la edición.
Resulta que esa novela se había vendido en Latinoamérica y al querer acercarla más a los lectores de allí, habían hecho un buscar y reemplazar sin cerciorarse bien de los cambios. Y así se distribuyó, sin que la traductora lo supiera. ¿Cómo lo sé? Pues porque la propia traductora lo comentó en la publicación original en Facebook, aportando incluso pruebas del texto que había entregado a la editorial. Por mi parte, me sentí fatal, eliminé esa publicación de todas las redes donde la había colgado, hablé públicamente de eso en Twitter y me disculpé personalmente con la traductora. Algunos pensaron que no pasaba nada, que tampoco había que hacer una montaña de un grano de arena, pero me puse en su piel y supe que me dolería si pasara algo así.
Muchas otras traducciones se han vilipendiado en foros y perfiles diversos sin pensar, creo, en que incluso es una manera de tirarnos piedras contra nuestro propio tejado (algo así como poner en tu web la imagen del teclado con la tecla de traducir, como si fuera algo tan fácil). Sin querer, muchas veces nosotros mismos contribuimos a esa parte del oficio que tan poco nos gusta ver: la visibilidad para mal, el fracaso de la traducción como tal. Y yendo más allá de la traducción como disciplina: todos nos equivocamos y a todos nos pueden pillar en un renuncio. Dudo mucho que nos gustara vernos en esa situación.
Y, aun así, esto mismo sigue siendo la tónica habitual en muchos trabajos universitarios, en los que, al final, el análisis de una obra se acaba convirtiendo en una crítica a la traducción de un libro, una serie o una película sin conocer los detalles que ha habido en su producción y sin tener en cuenta a los demás eslabones de la cadena. También sucede en los trabajos comparativos entre las versiones doblada y subtitulada de un mismo producto, como comenta Stavroula Sokoli en este hilo. Si no lo ha traducido la misma persona es normal que haya inconsistencias, por ejemplo, y como seguramente no tengamos acceso al traductor, no conoceremos el contexto: si el traductor disponía del guion final, si tuvo que sacar cosas de oído, si tuvo mucho o poco tiempo para documentarse habida cuenta del plazo de entrega y muchos otros factores. Ojo, no hablo de limitar la libertad de expresión, cada uno es libre de quejarse de lo que quiera, pero hay formas y formas.
Por suerte, empiezo a ver en redes cada vez más elogios a las traducciones y eso es lo que deberíamos fomentar: el intercambio de buenas soluciones. Porque de los errores se aprende, sí, pero alabar una buena traducción y aplaudir lo bueno que encontremos en ella es mucho más saludable y productivo para todos. Por mi parte ya he empezado a aplicarme el cuento.
¿De qué hablamos cuando hablamos de traducir LIJ? Pues de devanarnos los sesos en casi cada página, porque traducir para niños y jóvenes no es tan fácil. Hace poco ha salido a la venta este álbum que he tenido el placer de traducir al catalán para La Galera. Un libro que narra la historia de Elliot, un niño que quiere ser mago.
Además del tono y el registro que debemos cuidar para traducir, en este género abundan los chascarrillos y los juegos de palabras. Sin ir más lejos, los encontramos en los nombres de los magos: Quico Nill o Carles Capista (escondemos el «conill», conejo, o el «escapista» en el nombre), Bernat Esfumat (aquí jugamos con la rima; en inglés era Finn Ayre, muy original, ¿verdad?), Teresa de Trèvol (aquí opté por la aliteración; casi se lee como un tres de trébol), etc.
En un momento de la historia, el protagonista busca libros de magia y encontramos una doble página enorme con autores y títulos cargados de dobles sentidos:
Què pot fallar? Assegurances de vida per a mags, de Percy Decàs (un libro sobre seguros para magos que firma un tal Percy, que equivaldría a per si de cas: por si acaso)
Predir el futur, de Casimiro Demà (pues eso, el libro sobre predicciones es de Casimiro Mañana)
Com s’ho fa?, de T. Truc (que se lee como té truc, tiene truco)
Llegir mans, de Jan Divinat (el libro sobre quiromancia es de Jan, un nombre bastante común que aquí se lee como ja endivinat, ya adivinado)
Màgia per a maldestres, d’Andreu Deumeu (como es un libro para los poco mañosos, el autor, cuyo nombre juega con la rima, equivaldría a un Andrés, Dios mío)
He aquí un cuadro con algunas versiones en inglés, catalán y castellano como ejemplo de cómo cambia, o no, según el idioma.
150 Eggselent Eggstravaganzas with Eggs
150 truquets per a mags inquiets
150 truquis para magas cuquis
Advanced Magic, Kenny Dooit
Màgia avançada, Susi Potts
Magia avanzada, Abel Sipuedes
Claire Voyant
Clari Vident
Clari Vidente
Conjuring for beginners, Juan Trick
Màgia per maldestres, Andreu Deumeu
Magia para torpes, Andrés Sastre.
Dangerous magic tricks. Hugo First
Trucs perillosos, Pep Perillós
Trucos peligrosos, Pepe Ligro
Escapology for beginners, Ivana Key
Escapisme per a principiants, D. Aquino Surto
Escapismo para principiantes, D. Aquino Salgo
Finn Ayre
Bernat Esfumat
Bertín Visible
Levitation, Andy Gravity
Levitació, Andy Gravetat
Levitación, Andy Gravity
Taming mystical creatures, Una Corn
Com domar dracs, Santi Incendi
Cómo domar dragones, Roque Mado
Las elecciones léxicas se piensan y debaten mucho. Por ejemplo, el libro Com recosir el teu ajudant (un libro sobre cómo volver a coser a tu ayudante) lo firma David Serra. En un principio puse xerrac, serrucho, puesto que me pareció más sonoro. La editora creyó que era mejor poner serra, sierra, porque así lo entendería mejor un niño. En este punto también es bueno preguntarse: ¿debemos aprovechar ciertos pasajes para que el niño aprenda vocabulario nuevo? A mí sí me lo parece.
También hay un artículo de periódico en el que abundan las referencias capilares y, como ya se sabe, no siempre se pueden adaptar bien las referencias de un idioma a otro. Aun así, conseguí que la pieza periodística hablara del pobre alcalde calvo con expresiones como «s’estira els cabells» (se tira de los pelos), «no té un pèl de tonto» (no tiene un pelo de tonto) o «un episodi que posa els pèls de punta» (un episodio que pone los pelos de punta). Escalofriante. Terrible. Apocalíptico.
Las tiendas del pueblo también tenían su aquel. En inglés tenemos Beef Encounters para la carnicería, que juega con brief encounter. Tanto en castellano como en catalán jugamos con la fonética y pusimos Phil Ett/Ette. En los dos idiomas quedaba bien el filete y tenía relación estrecha con el negocio en sí.
La otra tienda es M. T. Stores donde se aclara que we sell nothing, nada, zip. En castellano, el traductor optó por La desentienda, una solución que me parece brillantísima. En catalán fui a por la rima: La botiga que fa figa. En este idioma, algo que fa figa (literalmente, que hace higo) es que no funciona, no tira, no marcha. También es un sinónimo de desfallecer, flaquear o flojear; por ejemplo: les cames em fan figa, me flaquean las piernas.
Tiendas en catalán
Tiendas en castellano
Tiendas en inglés
Y ya que estamos con las tiendas, tuvimos que sortear un escollo importante en un juego de palabras que, además, estaba ilustrado y en numerosas ocasiones lo ya ilustrado no se puede modificar. En este caso: los pepinillos.
Juego palabras en catalán
Juego palabras en castellano
Juego palabras en inglés
EN:
“Oh dear,” said Elliot. “That is quite a pickle.”
“Please don’t mention pickles,” sighed Finn heavily. “The owner of the corner shop is still furious with me after I made a whole jar of them disappear!
CA:
—Caram —va dir l’Elliot—. Vatua l’olla!
—No em parlis d’olles —va sospirar el Bernat Esfumat—. El propietari de la Botiga del Cantó segueix furiós perquè li vaig fer desaparèixer una olla plena de cogombrets.
ES:
—Vaya, vaya —dijo Elliot—, me dejas helado.
—No digas «helado»—suspiró Bertín Visible—. El dueño de la Tienda de Al Lado sigue furioso conmigo porque le hice desaparecer un tarro de pepinillos gigantes.
En inglés, to be in a pickle significa estar en un lío. De no haber pepinillos en la imagen o poder cambiarla, en castellano se podría haber puesto menudo berenjenal o algo parecido, pero no es el caso. El traductor jugó con helado y Al Lado en una especie de confusión fonética. Los pepinillos los conservó al final.
En catalán, para que tuviera algo de gracia, usé la expresión vatua l’olla, muy gráfica y cómica, que se emplea para denotar sorpresa, indignación y hasta enojo. Y la olla me vino de perlas para guardar los pepinillos. Ya veis, como decimos en catalán, de vegades has de fer mans i mànigues (remover cielo y tierra, darle mil vueltas a algo y hasta sacar la artillería pesada) para que encaje todo.
Por último, pero no menos importante, no olvidemos en este caso la dificultad de procurar que los juegos de magia se entiendan bien y puedan hacerse. Hubo que imprimir los materiales y practicar para estar seguros al 100 % de que la traducción funcionaba. Me consta que en la editorial estuvieron muy entretenidos jugando con el libro.
Para este tipo de álbumes también es habitual tener poco margen y un plazo inamovible. Muchas veces se envían a imprimir a otro país, sobre todo si tienen elementos extraíbles y accesorios varios, como es el caso de este libro y todos sus sobres con cartas, recortables y demás para realizar los trucos.
Así que, como veis, traducir no se hace por arte de magia.
***
Libro escrito por Matt Edmondson e ilustrado por Garry Parsons para Macmillan Children’s Books. Edición al castellano traducida por Marcelo E. Mazzanti y la de catalán, por quien escribe, Scheherezade Surià, para La Galera.
Para mi cumpleaños unas amigas me regalaron el libro Las brujas de hoy no necesitan escobas para volar de Elisa Mayo. Me juraron y perjuraron que no era una indirecta, que conste. El caso es que, a pesar de que la prosa era fresca y divertida y es de esas historias que no requieren mucha atención, había algo que me fastidiaba. Os pongo algunas frases escogidas al vuelo de las primeras páginas:
—Y deja de decir palabrotas, por favor —sentencio.
—Mamá, por favor… —me quejo.
—Ni mamá, ni momó —le riño con la boca llena.
—A mí me da igual que me insulten —interviene Adrián.
—¿Otro con un palo metido por el culo? —rebufa Deva.
—Le hace falta una mano de modernización —expone Lourdes.
—Si hubieras aceptado el puesto de directora, no tendrías que trabajar ese día —se burla. Qué gracioso.
—Mamá, estoy afuera —aviso.
—Eh, ni se os ocurra —les advierto.
¿Os ha pasado como a mí? A lo mejor soy muy tiquismiquis, pero esos verbos de habla o dicendi me suenan más a intentos de evitar el verbo «decir» que a otra cosa. Ser preciso está muy bien, pero en este caso a mí me ralentiza la lectura. De algún modo creo que estamos bastante acostumbrados al «decir» y no nos molesta tanto una repetición. Una cosa es que solo uses este verbo y otra que intentes buscar sinónimos constantemente.
Además, fijaos en este fragmento de contestaciones sucesivas:
—Os voy a dar pal pelo —amenazo.
—Tú y ¿cuántas más? —se burla el rubio.
¿No os parece que los verbos de habla son superfluos? Es repetir machaconamente una misma idea. «Dar pal pelo» ya nos sugiere amenaza, aunque cómica, y la respuesta es socarrona de por sí. ¿Qué ganamos con la puntilla?
Recuerdo haber leído hace tiempo un artículo de un bloguero norteamericano que decía (contaba, explicaba, sugería, defendía) esto mismo a raíz de una infografía que corría por aquel entonces titulada «Said is dead». He buscado un poco y he encontrado algunos artículos más sobre el tema:
«Before my most influential college writing class, I LOVED to end dialogue with words like questioned, grumbled, or stammered. I thought I was being original and unique. I thought I was making my novel stand out from all those writers who stuck to said and asked».
Porque eso parece en un principio, ¿verdad? Vamos a darle color al texto, que no quede tan soso ni repetitivo. En el fondo, es como si quisiéramos demostrar cuánto vocabulario tenemos.
En esta entrada, Shelby da tres motivos para explicar por qué dijo no está muerto:
Said es más corto y conciso. Cuando la longitud es importante, mejor guardarse las palabras para desarrollar a un personaje o detenerse en una descripción. Y si está en un subtítulo ya…
Los lectores están acostumbrados a saidy, por lo tanto, cualquier variante los ralentizará. ¿Veis? Como me pasó a mí. «As a reader, when I see a bunch of dialogue and I know who is speaking, I rarely bother to read the dialogue tag. I want the words. I want the action. As a writer, if readers aren’t going to read the dialogue tag, it can be a waste of time and energy to think of another word other than said».
Cambiar said no tiene tanta fuerza como cambiar el diálogo. En lugar de poner todo tu empeño en cambiar ese said o ese dijo, da un mayor golpe de efecto captar el tono o el sentimiento de las palabras en el diálogo en sí. Por ejemplo:
“I tried to tell you. But you sent me to my room.” I stammered.
“I tried…I tried to tell you. But you…you sent me…you sent me to my room.” I said.
En la primera, no sabes que el personaje tartamudea hasta que lees la frase entera y puede que tengas que releerla, incluso. En la segunda, experimentas el tartamudeo al leer la frase y el diálogo tendrá más empaque.
¿Y qué tiene que ver esto con la traducción? Pues todo, porque parece que nos veamos obligados a traducir esos said con repuso, convino, arguyó, defendió, masculló y un largo etcétera por variar y por dejar bonito el texto y no siempre hacen falta florituras. Como ya sabéis, todo depende del contexto, pero son muchas las tipologías textuales que no necesitan esta profusión de sinónimos porque acaban entorpeciendo.
Luis Magrinyà, en la página 53 de su Estilo rico, estilo pobre. Todas las dudas: guía para expresarse y escribir mejor (Debate, 2015), lo explica muy bien: «En resumen, se tiende a confundir la disponibilidad con la sinonimia. Tenemos la sensación de que así nuestro estilo es más “rico” y “expresivo”. No vemos que lo que estamos haciendo en realidad es delatar nuestro gusto por el floripondio, o las rémoras de nuestras redacciones escolares, al anteponer la profusión a la exactitud —recia característica de la literatura patria— ¡incluso en una acotación der diálogo! Tampoco parece que nos demos cuenta de que el recurso continuado al uso de presuntos sinónimos “para variar” acaba siendo tan cantoso como si hubiéramos repetido infamemente unos cuantos dijo».
Hablando de verbos de habla cantosos, Magrinyà da algunos ejemplos muy bestias:
—Bastante tiempo ha vivido usted gratis —rebuznó el administrador celoso.
—Y si quieres más —mugió el intruso […]—, ¡toma! ¡Y toma!
—¡Pero si no ha sucedido absolutamente nada, mi querido señor extranjero! —trinó Celeste.
—¡Yo no! ¡Yo me quedo! —bramó Leonardus desde su camarote.
—¡Cállese, vieja! —ladró de vuelta el militar.
Podría extenderme más, pero os recomiendo fervientemente que le echéis un ojo a este libro, puesto que encontraréis algunas fórmulas para evitar errores y pulir el estilo de vuestros textos, sean traducciones o no. Así seguro que (y me incluyo) nos lo pensaremos dos veces cuando recurramos a verbos como espetó, masculló y similares o, por lo menos, investigaremos bien cómo usarlos y no redactaremos un híbrido como el que Magrinyà nos presenta en su libro:
Aquél se sintió molesto y le espetó entre dientes:
—¿Pasa algo?
¿Cómo podemos espetar (soltar, decir algo con brusquedad y contundencia) y mascullar (hablar entre dientes o pronunciar mal las palabras de modo que casi ni se entiende) a la vez?
En definitiva, la riqueza léxica está muy bien y es algo que en este blog he defendido muchas veces, pero evitemos los floripondios innecesarios.
La relación entre el traductor y el editor puede parecer más compleja de lo que parece. Por eso, este año para el Día del Libro me he propuesto ahondar en este binomio, en qué espera el uno del otro y cómo ganarnos al editor.
EDITOR BUSCA TRADUCTOR
Carlos Fortea, actual presidente de ACE Traductores, a quien tuve el placer de conocer hace un par de años en la jornada sobre traducción editorial de la Universidad de Málaga, explicó esta relación paso a paso en la presentación que hizo precisamente en aquella ocasión. [Mis comentarios van entre corchetes]
El traductor entrega en la fecha [o en caso contrario, si una vez empezado vemos que cumplir el plazo es difícil, avisamos con antelación porque la editorial tiene sus plazos y tenga una fecha en concreto para enviar la obra a imprenta, por ejemplo].
El editor acepta la traducción.
Correcciones y propuestas de cambios. Envío de pruebas al traductor [aunque no suele ser frecuente por mucho que se incluya en el contrato].
Pago de la traducción en el plazo acordado en el contrato.
El editor envía ejemplares justificativos y certificado tirada [esto último tampoco se cumple al 100 %. Es importante que estemos nosotros al quite y lo pidamos si no recibimos información al respecto].
La relación del traductor y el editor se mantiene durante la vigencia del contrato (máximo de 15 años, según ley): liquidaciones anuales, cesiones, otras formas de explotación.
Pero antes de establecer esta relación falta lo esencial, ¿no? Conseguirla.
EMPEZAR A TRABAJAR. ¿Cómo encontramos a las editoriales que nos interesan?
Seguro que conocemos a las más grandes, pero hay editoriales más pequeñas que vale la pena descubrir y para eso tenemos varias vías. Sin movernos de casa podemos consultar portales como escritores.org o ediciona.com, que tiene una extensa base de editores por temáticas. También vale la pena echarle un vistazo a la Base de datos del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
Otro recurso es acercarte a la biblioteca o a una librería y consultar las obras de la temática que te interesa en un principio. Como ya sabrás, en las primeras páginas suele constar la información básica de la editorial junto con correo electrónico o su dirección postal.
Una vez localizada conviene explorar su página web para empaparnos de las colecciones que editan, las temáticas, los autores a los que han publicado, etc. Y también para tratar de encontrar el responsable del departamento de traducción o edición. Si este no constara, siempre se puede hacer una búsqueda por LinkedIn. El objetivo es llegar hasta la persona responsable porque si enviamos un correo a una dirección genérica, hay menos oportunidades de que llegue a quien tiene que llegar.
¿Qué envío y cómo?
Personalmente no me limito al correo electrónico y también envío carta postal. Adjunto siempre el currículum centrado en la traducción literaria (sin incluir los meses de verano que pasé trabajando en el aeropuerto, ya me entendéis) en la que hago constar las lenguas de trabajo, mi experiencia con editoriales y los seminarios y cursos realizados con esa especialización en mente. También envío un documento con el listado actualizado de obras traducidas hasta el momento con todos los datos pertinentes: autor, editorial, año, ISBN.
Si es por correo electrónico, redacto un mensaje escueto pero completo centrándome en la temática de la editorial o la colección que me interesa. Hay que demostrar interés en la editorial; al fin y al cabo a todos nos gusta sentirnos especiales.
Si es una carta de presentación —en el caso de enviar los datos por correo postal—, más de lo mismo, pero un poco más extensa y tratando de suscitar interés. Lo cuento muchas veces, pero una editorial se fijó en mí porque esa carta de presentación estaba escrita como si fuera un cuento.
Durante este proceso me voy creando una base de datos con los correos que envío, a quién, cuándo y por qué medio. Así tengo constancia de las respuestas recibidas y los recordatorios que puedo hacer si no contestan a los X días. Hay que llevar un control de los pasos que vamos dando.
¿Y si propongo la traducción de un libro?
En algunas facultades se recomienda contactar con las editoriales proponiendo la traducción de un libro para generar una necesidad, por decirlo de algún modo. Si bien es cierto que puede ser una buena idea, sobre todo si es una novela que nos apasiona personalmente, hay que llevar cuidado porque se debe invertir bastante tiempo (y el tiempo es oro para todos).
Primero, hay que averiguar si está traducida o no o si se han adquirido ya los derechos, cosa que es difícil de saber a no ser que contactemos directamente con el autor o su agente, que es otra manera. Actualmente hay muchos autores se autopublican y suelen ser bastante accesibles. La mayoría suele manifestar interés en que se traduzca su obra sobre todo si, como traductores, accedemos a hacer las veces de agente o intermediario (caso verídico), entendiendo como tal el contacto con las editoriales españolas por nuestra parte.
Luego, el editor tiene que estar receptivo y dispuesto a pagar los derechos para publicar la traducción. Sin embargo, antes querrá saber de qué va la novela y qué viabilidad tiene, y aquí es donde entran los informes de lectura. Si queremos acceder por la vía de la recomendación de una novela, hagámoslo bien: no nos limitemos a proponer el libro sin más, enviemos un informe de lectura que contenga la información esencial:
Datos de la obra: título, género, páginas, lector, etc.
Aspectos literarios: sinopsis, trama, estructura, tiempo narrativo, temática, narrador, personajes, diálogos, etc.
Aspectos lingüísticos: construcciones, lenguaje, estilo, ortografía y sintaxis, etc.
Valoraciones y recomendaciones: calificación literaria y comercial.
Y para hacerlo ya más completo, podemos incluir la traducción de unas páginas de muestra (máximo 10 o un capitulillo; tampoco hagamos medio libro) en un formato atractivo. Por ejemplo, podemos confeccionar un documento apaisado con la parte en original a la izquierda y nuestra versión a la derecha, a modo de prueba de traducción. Por supuesto, revisadlo todo bien antes de enviar. Como veis, lleva bastante trabajo y no es garantía de que nos vayan a encargar la traducción, pero es otra forma de acceder al mercado y, además, es una buena forma de practicar.
Algunos compañeros han empezado siendo lectores editoriales para la editorial para la que más tarde han traducido. Esa es otra posibilidad que se puede explorar, no sin antes aprender a redactar esos informes de lectura, puesto que hay que tener un buen conocimiento del tema.
CÓDIGO DEONTOLÓGICO: nuestros deberes y responsabilidades como traductores
No todo acaba aquí. Si el editor tiene su cometido y sus responsabilidades, nosotros debemos regirnos por un código deontológico, con una gran dosis de sentido común. Este es el código que propone el CEATL (Consejo Europeo de Asociaciones de Traductores Literarios):
El hecho de ejercer la profesión de traductor equivale, para quien la ejerce, a afirmar que cuenta con un firmísimo conocimiento de la lengua que traduce (conocida como lengua de partida) y de la lengua en que se expresa (conocido como lengua de llegada). Esta debe ser su lengua materna u otra que domine tan bien como la materna, de la misma forma que todos los escritores dominan la lengua en que escriben.
El traductor tiene la obligación de saber hasta dónde llega su competencia y se abstendrá de traducir un texto cuya redacción o ámbito de conocimiento no domine.
El traductor se abstendrá de modificar de forma tendenciosa las ideas o la forma de expresarse del autor y suprimir algo de un texto o añadirlo a menos que cuente con el permiso expreso del autor o de sus derechohabientes.
Cuando no sea posible realizar la traducción a partir del texto original y el traductor utilice una «traducción-puente», deberá contar con el permiso del autor y mencionar el nombre del traductor a cuyo trabajo recurra.
El traductor se compromete al secreto profesional cuando deba usar, para su labor, documentos confidenciales.
El traductor literario debe conocer a fondo la legislación acerca de los derechos de autor así como los usos de la profesión y debe velar por que se respeten en el contrato de traducción.
El traductor se abstendrá de menoscabar la profesión al aceptar condiciones que no garanticen un trabajo de calidad o perjudiquen a un colega de forma deliberada.
Código deontológico aparte, la relación con el editor debe basarse en el sentido común. No deja de ser un cliente y, como tal, debemos tratarlo y trabajar con él de forma profesional. Aceptar el encargo si estamos preparados para eso y sabemos que podemos cumplir la fecha, cerciorarnos de cómo quiere que le presentemos la traducción, avisar de cualquier asunto que pudiera trastocar los planes editoriales (incumplimiento de plazo, problemas con el texto origen, etc.), entre muchos otros. Pero esto lo dejaremos para la próxima entrada, en la que descubriremos cómo ser el traductor favorito de un gestor de proyectos.
Y hasta aquí la entrada de hoy. Como siempre, si tenéis alguna aclaración o duda, os espero en los comentarios. Que paséis un gran Día del Libro. Feliç Sant Jordi!
Los traductores te acompañamos desde que te acuestas con ese libro tan jugoso hasta que te levantas. Estamos contigo en tu día a día: en las etiquetas de tu champú, en los ingredientes que llevan las galletas del desayuno o el manual de instrucciones de esa máquina que solo lees cuando te da problemas. Estamos en la sombra detrás de las series que consumes compulsivamente, los documentales de la 2 y los peliculones de sábado tarde en Antena 3. Estamos ahí aunque no se nos vea.
En días como hoy, 30 de septiembre y Día Internacional de la Traducción, salimos todos a pedir no solo que se nos vea más, sino tener unas mejores condiciones, unas tarifas más dignas y el reconocimiento de nuestro trabajo (y no solo cuando erramos, que nos conocemos).
Sin embargo, con esta pasión por nuestro trabajo, a veces nos dejamos llevar por opiniones encendidas y por un ensalzamiento casi exacerbado de nuestra profesión. Por eso, en noviembre pasado y con motivo de mi invitación al Euskarabildua en San Sebastián, decidí abordar esta cuestión: ¿Es posible un mundo sin traducción?
Aquí tenéis el vídeo de la ponencia (empieza en el minuto 1:00) y la presentación. ¡Espero que os guste y, por supuesto, que paséis un día estupendo!
Por cierto, por si aún hay algún despistado, sorteamos 3 bolsas traductoriles la mar de majas. Solo hay que seguir este enlace.
Y para acabar de tirar la casa por la ventana, que hoy es un día de fiesta, los cinco primeros que dejen un comentario en esta entrada, se llevan unas pegatinas de las traductoras pin up.
Hay novedades en el sector de la traducción editorial. El 30 de junio ACE Traductores presentaba en el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte el Informe del valor económico de la traducción editorial, elaborado por la consultora AFI y que podéis descargar aquí mismo.
El famoso informe
Mediante este Informe, como expone ACEtt en su página web, «se pretendía dar una respuesta a una pregunta que nos preocupaba desde hace mucho tiempo. Aunque sabíamos que el número de títulos que lanzábamos al mercado cada año oscilaba entre el 16 y el 27 %, nos preguntábamos cuánto representan esos porcentajes en términos de facturación o, en otras palabras, cuál es el auténtico valor económico de la traducción editorial.
El Informe elaborado por AFI señala, en primer lugar, que hay diez empresas o grupos de empresas que controlan cerca del 75 % del mercado editorial. Estas empresas concentran, por tanto, la mayor parte de nuestro trabajo y nos tienen acostumbrados a ofrecernos contratos en los que nuestra capacidad de negociación, dada precisamente la desproporción entre su capacidad de oferta y la nuestra, se reduce a cero.
El Informe revela también que existe una increíble opacidad en el mercado: los traductores seguimos teniendo que aceptar de buena fe liquidaciones de derechos que son meras declaraciones de una de las partes involucradas en el acto económico al que nos referimos. En muchas ocasiones, además, nos vemos obligados a requerirlas, porque incumpliendo lo que figura en nuestros contratos ni tan siquiera se nos hacen llegar.
Según los resultados del estudio que hemos presentado hoy, los traductores aportamos a las editoriales el 35 % de su facturación anual —es decir, en torno a 294 millones de euros—, aunque debido a la bajada de las tarifas nosotros acumulamos una enorme pérdida de poder adquisitivo».
Entrevista en Hoy empieza todo con Marta Echeverría
Con motivo de la publicación de dicho informe, el pasado 11 de julio entrevistaron a Carlos Fortea en el programa de radio Hoy empieza todo que presenta Marta Echeverría en Radio 3.
Carlos Fortea, a quien tuve el placer de conocer en 2015 en una mesa redonda sobre traducción editorial en Málaga, no es solo el presidente de ACEtt; es escritor, profesor en la Universidad de Salamanca y traductor literario con una labor de más de cien títulos, entre los que se cuentan obras de Thomas Bernhard, Günter Grass, Stefan Zweig, Alfred Döblin, E.T.A. Hoffmann y Eduard von Keyserling. Nadie mejor que él, pues, para hablar del informe y reivindicar nuestros derechos como traductores editoriales.
Aquí os dejo la entrevista, que también podéis escuchar en esta página, para entender qué se explica en el informe, qué se reivindica y cómo conseguir que se respeten nuestros derechos.
Marta:Seguimos con otro asunto que tiene que ver con el sector de la traducción, que facturó en España casi trescientos millones de euros en el 2016. Una cifra que supone el 35 % de los ingresos de las editoriales nacionales durante ese año. Sin embargo, en nuestro país siete de cada diez traductores profesionales se ven obligados a compaginar su actividad con otros trabajos. Son datos extraídos de «El valor económico de la traducción editorial», un estudio, el primero que se hace de este tipo que ha sido subvencionado por el Ministerio de Cultura y que se presentó hace unos días, Carola.
Carola: Sí, Marta, el informe también revela que más de un cuarto de los encuestados trabajó en negro en 2015, que uno de cada tres tan solo traduce uno o dos libros al año y que sus ingresos medios anuales rondan los cinco mil euros brutos; algo que contrasta con las cifras que genera el mercado editorial en el que, según datos de la consultora Nielsen, siempre hay entre cinco y seis obras traducidas en el top 10 de los libros más vendidos en España. Es por esto, Marta, que como ya hicimos en su momento como otros gremios precarizados como el de los actores y el de los figurantes nos hemos puesto en contacto con el de los traductores para que nos expliquen su situación. Ojo, no para lloriquear, y en eso me han insistido muchísimo, sino para exponer sus problemas y ofrecer soluciones porque las tienen. Habla Carlos Fortea, traductor y director de ACE Traductores. Vamos a escucharlo.
Marta:Sí, sí. Antes de eso, hemos tenido una maravillosa errata en nuestro Twitter. Decimos que siete de cada diez tractores en España tienen que pluriemplearse.
Carola:No, tractores no, por dios…
Marta: Los traductores. En un momento lo corregimos y ya ahora si escuchamos a Carlos Fortea.
Carola: Carlos, los traductores generáis un 35 % de los ingresos del sector editorial, pero la mayoría no podéis vivir de vuestro trabajo. ¿Qué tarifas se están manejando?
Carlos: Nosotros no podemos hablar de tarifas en público porque la Comisión de defensa de la competencia nos lo prohíbe. Por lo tanto, lo único que puedo dar es un dato que está publicado, que es el dato que se manejó en el Libro Blanco de la traducción editorial del 2010, es decir, ya es un poquito antiguo. En aquel momento el resultado del estudio de la encuesta de tarifas que se había hecho en aquel momento daba una tarifa media de 11,5 euros por página de dos mil cien pulsaciones, dos mil cien caracteres.
Carola: Eso significa —los datos de los que estábamos hablando— que en España más de la mitad de los traductores profesionales necesitan otro trabajo para vivir; lo tienen que compaginar con la docencia, por ejemplo, con el periodismo… Es evidente que esto os tiene que preocupar, al gremio de los traductores. ¿También debería preocupar a los lectores? ¿En qué nos afecta que las condiciones de los traductores se sigan depauperado?
Carlos:A quien más debería preocupar es a los lectores y también al sector editorial que nos contrata. Cuando un traductor tiene que hacer su trabajo en condiciones de… como tú has dicho muy bien, de depauperación, eso significa que inevitablemente que va a tener que trabajar muchas más horas para producir el mismo rendimiento económico. Es inevitable que la calidad se resienta. Con independencia de que nosotros tengamos un claro imperativo ético por que la calidad de las traducciones se mantenga, es decir, por que cada profesional se esfuerce en conseguir el mejor resultado en cada ocasión, ¿cómo puede conseguirlo si su trabajo se ve perjudicado por la necesidad duplicar las horas al día? Esto viene ocurriendo muy claramente desde la entrada en vigor del euro. Las tarifas nunca fueron altas, pero tenían una regularidad, digamos, hasta ese momento, cuando se produjo la entrada en vigor del euro se hizo la conversión automática de euros a pesetas y desde ese día en adelante las tarifas no han hecho otra cosa que bajar. Es decir, estamos en niveles del año 2001.
Carola: Entiendo que muchos traductores profesionales se plantearán tirar la toalla y dedicarse a otra cosa, directamente. Que está provocando quizás el éxodo de los profesionales y quizás el intrusismo, no sé si de aficionados, pero de gente quizás con menos formación. No lo sé.
Carlos: Hay una expulsión del mercado, por una parte, de traductores competentes y, por otra parte, hay una falta de entrada, es decir, los chicos que se licencian en las facultades de interpretación, sobre todo chicas —es una profesión crecientemente feminizada— se lo piensan. A la hora de decir «me voy a dedicar a la traducción literaria», dicen: ¿Esto es viable? ¿Es una forma de vida accesible? ¿Lo puedo mantener? Entonces al final hay gente que no entra al mercado, gente que tendría capacidad suficiente, gente que tendría calidad para irse formando, para ir mejorando sus capacidades y que, o abandona en los primeros estadios o ni siquiera entra. Eso es muy grave para el sector.
Carola: Carlos, hemos hablado de las consecuencias, vamos a abordar ahora las causas. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Creo que el monopolio de los grupos editoriales tiene bastante que ver con vuestra situación.
Carlos: Claro, aquí hay varias causas fundamentales. La primera es esa congelación de tarifas de las que te hablaba antes. Y eso tiene mucho que ver con la concentración editorial. En este momento, según El informe sobre el valor económico de la traducción que acabamos de publicar, diez editoriales, o diez grupos editoriales, concentran el 73 % de la edición en España. Eso quiere decir que con esos grupos que te ofrecen un tipo de contrato cerrado, la negociación en realidad no existe, es un «lo tomas o lo dejas» creciente. Sobre todo en el apartado de tarifas, que, como te digo, nos preocupa de manera primordial.
En segundo lugar, y es muy importante, tenemos un problema muy grave respecto a la liquidación de derechos de autor. Los traductores cobramos nuestra tarifa como anticipo de los derechos de autor y luego se nos factura en función de las ventas de los libros. Eso implica que a estas alturas del siglo XXI se nos sigan haciendo liquidaciones que son declaraciones de parte, es decir, las editoriales envían una declaración en la que dicen cuánto han vendido y tú te lo tienes que creer sin más.
Eso hasta ahí ya es bastante serio. Es todavía más serio cuando esas liquidaciones no llegan y es todavía más serio cuando hay un sector como el de la lectura infantil y juvenil, el 40 % de cuyos títulos son traducciones, en los que muchas ocasiones se sigue trabajando sin contrato, se sigue trabajando sin liquidaciones y cuando son textos dedicados a un público infantil, es decir los textos cortitos, textos que no tienen mucho texto, las editoriales eluden directamente pagar derechos, ignorando que del libro no se pagan derechos en función del tamaño que tiene, sino en función de las ventas que tiene. En muchas ocasiones hay grandes títulos de literatura infantil que venden centenares de miles de ejemplares de los que el traductor no percibe nada.
Carola:Me sorprende, Carlos, la falta de sensibilidad que existe dentro del propio gremio editorial, es algo llamativo. Podría entender, no justificar, pero podría entender que a la mejor un gremio externo, ajeno absolutamente a vuestra labor, que no sea capaz de valorar el esfuerzo y la formación que supone traducir un libro se muestre así de implacable, pero que lo haga alguien del sector editorial, en fin, me parece llamativo.
Carlos: Coincido completamente con tus palabras. Si las personas que nos dedicamos al proceso del libro, a producir un producto cultural, realmente somos conscientes de que se trata de un producto cultural, ¿cómo es posible que se esté tratando así a los profesionales que lo hacen llegar desde otras lenguas al español? A un colectivo que, como digo, representa un 35 % de las ventas del mercado, mucho más en el sector de la literatura infantil y juvenil, y que es capital para la circulación de las ideas. ¿Con quién estamos hablando? O sea, ¿realmente estamos hablando de personas que se dedican al sector del libro exclusivamente para generar un beneficio económico o de gente que se dedica al sector del libro como lo hacemos nosotros para generar un producto cultural?
Carola:Carlos, tengo la impresión de que parte del problema es que, como sociedad, no estamos muy sensibilizados con la importancia de la traducción, que no es un trabajo valorado. Convendría explicar el tiempo y el esfuerzo que exige traducir una hora y, aunque entiendo que esto varía en función de la extensión, de las peculiaridades del texto, del género, no sé… Imagino, por ejemplo, que traducir poesía tiene que ser especialmente complejo, ya solo por cuestiones de métrica. ¿Cuánto tiempo, qué dedicación estimas que puede exigir la traducción de una novela, por poner un ejemplo?
Carlos:Yo le diría a un lector que se ponga en la circunstancia de un traductor que va a traducir, pongo por caso, un clásico, un clásico del siglo XIX. Un traductor que tiene que documentarse de cada uno de los objetos que aparecen en ese libro a los que tiene que dar el nombre exacto que tenían en castellano en ese momento; que tiene que documentarse acerca de las costumbres, porque en muchas ocasiones uno no va a saber por qué ocurren determinadas cosas.
Hay una maravillosa nota al pie de la página de la última versión de La señora Bovary que hizo María Teresa Gallego. No recuerdo la nota con exactitud en este momento, pero explicita por qué en un momento determinado, un personaje tapa una copa con la mano para indicar que no le sirvan. Eso es el resultado de un proceso de documentación muy largo. Todo eso requiere una cantidad de trabajo antes de escribir la primera línea absolutamente tremendo, más todo el tiempo que luego lleva la propia redacción del texto, que no es simplemente copiar lo que pone en una lengua y copiarlo en otra, es resolver constantemente los problemas que eso plantea, pasar de una sintaxis diferente, pasar de una mentalidad distinta.
Carola: De momento, el Ministerio de Cultura ha aprovechado la presentación de este informe para informar de una serie de medidas que pondrá en marcha con el objetivo de mejorar el reconocimiento público de los traductores. Hablaban de la creación de una beca para ellos en la residencia de estudiantes, de la celebración de un encuentro de traductores y de otras iniciativas, pero entiendo, Carlos, que, además de todo eso, lo que vosotros necesitáis es que el mercado se regule para garantizar unas tarifas de decentes, que era lo que reivindicabas antes, y la liquidación de vuestros derechos de propiedad intelectual. No sé si vosotros tenéis alguna propuesta al respecto.
Carlos: Por supuesto que sí. Nosotros estamos muy agradecidos a las políticas del Ministerio en este momento. Efectivamente, están mostrando gran sensibilidad hacia el colectivo y quiero dejarlo expresamente dicho aquí, pero la historia nos dice que los verdaderos saltos en esta profesión se han dado cuando se han tomado medidas legislativas. El gran salto de la traducción se dio en 1987 con la ley de la propiedad intelectual, de la que ahora se cumple 30 años. Se están haciendo actividades para celebrarlo y se ignora que esa ley no se cumple. Entonces tenemos que asegurar que se cumpla.
Tenemos que hacer que los contratos que firmamos sean contratos legales y para eso hemos propuesto en muchas ocasiones la creación de una instancia administrativa que vise los contratos. No sería tan complicado porque los grandes grupos tienen modelos. Sería simplemente decirle a un gran grupo: este modelo de contrato no se atiene a la ley y por tanto no vale. Sería tan sencillo como eso y eso es apenas una modificación de la ley de propiedad intelectual. Igualmente sería muy sencillo establecer en la ley la necesidad del seguimiento de las ventas por medios tecnológicos. Hoy en día son muy fáciles.
Decía en una ocasión, o mencionaba el otro día en una presentación del informe Manuel Marín que, si somos capaces de seguir la pista de un huevo desde que lo ponen en una granja en Bélgica hasta que lo compramos en un supermercado de Cuenca, seguramente no debe de ser muy difícil seguir la pista de un libro cuando se vende en una librería. Simplemente pasarlo por un código de barras, que ese código de barras vaya a una base de datos a la que tengamos acceso los autores y los editores en tiempo real, y sepamos a la vez los dos que hemos vendido un libro. Y que el editor sepa que de ese libro le corresponde su 30 % y a nosotros nuestro 1 %. Simplemente eso y eso no puede ser muy difícil. Eso es una modificación que lleva un párrafo en una ley, no pedimos más. Es mucho lo que obtendríamos por muy poco trabajo legislativo.
Carola:Pues, Carlos Fortea, traductor y director de ACE Traductores, muchísimas gracias por atendernos.
Carlos:Muchas gracias a ti.
Carola: Y mucha suerte.
***
¿Os ha sorprendido algo? ¿Habéis sufrido condiciones similares a las que comenta Carlos Fortea? Podéis dejar más abajo vuestros comentarios con anécdotas y experiencias.
Espero que os haya resultado interesante y ¡nos leemos en la próxima entrada!