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El diario de Ana Frank* es un clásico de lectura obligatoria en las escuelas, una obra inolvidable por muchos motivos. Por encima de todo, por el contexto histórico en el que se inscribe, pero también porque Ana es una adolescente muy normal. Es un diario en el que cuenta de forma natural lo que vive y lo que siente, su relación con los que la rodean y sus deseos… truncados al final.

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Una de las primeras ediciones con el título original. Después se cambió a El diario de Ana Frank (Wikipedia)

Sin embargo, en 2013 y con la edición de una versión íntegra con motivo del 50 aniversario, descubrimos también su curiosidad por la anatomía femenina. Aquí va un pequeño fragmento (traducido del inglés):

Hasta que tuve unos once o doce años no me di cuenta de que teníamos otros labios dentro porque no se ven a simple vista. Lo más curioso es que pensaba que la orina salía del clítoris… Cuando estás de pie, lo único que se ve por delante es pelo. Entre las piernas hay dos cositas suaves y esponjosas, también cubiertas de pelo, que se juntan, de modo que no puedes ver lo que hay dentro. Al sentarte se separan; son rojizas y bastante carnosas por dentro. Por la parte superior, entre los labios mayores, hay un pliegue de piel que, si lo piensas detenidamente, parece una especie de botón. Eso es el clítoris.

Sí, fue muy descriptiva, y al parecer eso molestó a una madre de Michigan que interpuso una queja formal en el distrito escolar (y no fue la única). Como si más que el holocausto, fuera la autoexploración femenina lo que pudiera dejar traumatizada a su hija.

Gail Horek, la madre de la niña que en aquel momento estaba en séptimo curso, defendía que el diario era pornográfico y no debería enseñarse en la escuela. Se quejaba especialmente de este fragmento en el que Ana explora sus genitales, unos párrafos que su padre, Otto Frank, omitió cuando preparó el manuscrito para su publicación a finales de los años 40.

Otro fragmento de moralidad cuestionable, en su opinión:

Hay pliegues por todos sitios; es difícil de encontrar. El agujerito que hay debajo es tan pequeñito que no imagino cómo un hombre puede entrar ahí, ¡y menos aún cómo puede salir un bebé!

Pero dejando a un lado la censura, es importante tener en cuenta que estos fragmentos no son pornográficos. La pornografía es material que pretende excitar sexualmente y esa no era la intención de Ana cuando escribió a su confidente imaginaria, Kitty, para contarle este descubrimiento. Sin embargo, el motivo que da esta madre para quejarse en primer lugar es que estos pasajes incomodaron a su hija. Hasta cierto punto es comprensible, porque a esa edad todos somos impresionables y nos escandaliza hablar de sexo y de genitales, pero no es algo que nos traumatice.

Además, estoy segura de que hay chicas mayores que la autora en su momento que tampoco conocen sus genitales. Un ejemplo de esto se ve en Orange Is The New Black, donde le han dedicado al asunto varios fragmentos, como este: https://www.youtube.com/watch?v=Pk1A-0RsAiY y hasta una clase de anatomía: https://www.youtube.com/watch?v=SChcTUtyDR0.

¿No es mejor utilizar todos estos recursos que tenemos a nuestro alcance, la literatura en este caso, ya sea en forma de novela, diario, cómic, etc. para abordar estas cuestiones con naturalidad? Porque no hay mejor arma que estar informado, sobre todo cuando se trata de temas de salud. Ponerse las manos a la cabeza por cuestiones así no lleva a ningún lugar. De hecho, fragmentos como estos están escritos con gusto y describen algo que la mayoría de las niñas experimentan en algún momento u otro.

No obstante, en el trasfondo de todo esto hay algo más: a las mujeres se nos enseña de algún modo a avergonzarnos de los cambios por los que pasan nuestros cuerpos en la pubertad, a hablar de ellos en secreto e incluso a fingir que no existen. Sucede con mucha frecuencia en el caso de la menstruación, ese cambio de niña a mujer que tan en secreto se lleva. Una menstruación, además, que tiene que ser agradable y hasta… bonita. De ahí el hermoso y aséptico líquido azul en los anuncios de tampones y compresas, y la cantidad de eufemismos que tenemos para la regla o el periodo: tener la cosa, estar en esos días del mes, estar con el tomate (vale, este sería casi un disfemismo), etc.

En definitiva —porque tampoco quiero entrar en estos asuntos—, solo recalcar la importancia de la naturalidad cuando se habla de sexo y de anatomía. Y la importancia de no censurar al editar o traducir, de no mutilar las obras como se ha hecho en el pasado o bien prohibir su circulación.

Recordaréis de otro artículo sobre la (auto)censura, por qué se censuraron algunas de las obras más famosas:

  • Cándido, de Voltaire: confiscado en 1930 por la Aduana estadounidense por obscenidad.
  • Un mundo feliz, de Aldous Huxley: prohibido en Irlanda en 1932 por incluir referencias a la promiscuidad sexual.
  • Lolita, de Vladimir Nabokov: prohibido en Francia, Reino Unido, Argentina, Nueva Zelanda y Sudáfrica por su presunta obscenidad. Luego se hizo famosa la edición en cuya portada la niña chupaba una piruleta.
  • Madame Bovary, de Gustave Flaubert: a pesar de ser un clásico de la literatura, acusaron al autor de ofensa a la moral pública.
  • Ulises, de James Joyce: prohibido en Gran Bretaña y Estados Unidos durante los años treinta por su contenido sexual.
  • Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll: prohibida en un instituto estadounidense por contener referencias a la masturbación y las fantasías sexuales. Y prohibido en China en 1931 por el don del habla que tenían los animales.

En el caso de Ana Frank, este año se cumplen 70 años de su muerte y su diario sigue publicándose para que no olvidemos nunca su historia y el horror del que es capaz el ser humano, y eso es con lo que debemos quedarnos.

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*El diario de Ana Frank se publicó por primera vez en España en 1955 con el título de Las habitaciones de atrás (Ed. Garbo, trad. María Isabel Iglesias).