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En la luna de Babel

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Cómic y Medicina. Entrevista a Blanca Mayor Serrano

14 miércoles Dic 2016

Posted by enlalunadebabel in Aprendizaje, comunicación, Uncategorized

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Arrugas, Blanca Mayor Serrano, cómic, cómics sobre Medicina, comunicación, comunicación médica, Diario médico, divulgación médica, Fernando Navarro, Fundación Dr. Antonio Esteve, historietas gráficas, María y yo, Mónica Lalanda, medicina, Paco Roca

Este pasado mes de julio se celebró la 4ª edición del curso Problemas, métodos y cuestiones en traducción médica organizado por Fernando Navarro en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en la que tuve el placer de participar.  El curso abarcó un temario muy variopinto en el que se trataron los aspectos culturales y de comprensión en la traducción biosanitaria; la traducción e interpretación en el ámbito de la violencia de género; las nomenclaturas normalizadas en medicina, biología y metrología; y la traducción del lenguaje de la sexualidad y lo soez, que recayó en mí y centré en el vocabulario más frecuente de nuestra sexualidad.

Siguiendo esta línea más informal de la vertiente médica, Fernando Navarro habló de los cómics en Medicina. Dio una pincelada al mundo de las historietas en nuestro país y nos ilustró, nunca mejor dicho, con las viñetas de Mónica Lalanda, que tratan las relaciones médico-paciente o denuncian las irregularidades de nuestro sistema sanitario. Si no la conocéis, os recomiendo que echéis un vistazo a su blog Médico a cuadros o a su libro Con-ciencia médica.

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Pues bien, como no podía ser de otro modo, se habló y mucho de Blanca Mayor Serrano, Dra. en Traducción e Interpretación por la Universidad de Granada y especialista en divulgación y comunicación médico-sanitaria. Y aunque no nos conocemos en persona, Blanca tuvo a bien responderme a unas preguntillas sobre la relación entre cómic y Medicina, de la que habla con asiduidad en su blog Comunicación y educación en salud.

Además, ha publicado recientemente El cómic como recurso didáctico en los estudios de Medicina, volumen destinado, como ella misma explica, «a los docentes, tanto a aquellos que se inician en la enseñanza de la competencia «Habilidades de comunicación» como a los que llevan un tiempo dedicándose a ella pero desean incorporar nuevos materiales didácticos o un nuevo enfoque a sus clases. También es de interés para aquellos estudiantes y residentes que, debido, por una parte, a la juventud de esta materia y, por otra, al hecho de que la formación en esta área es, en algunas facultades, aún escasa e incluso nula, busquen un complemento formativo».

Aquí va, pues, la entrevista a Blanca Mayor Serrano para el blog. Espero que os guste y os resulte interesante. ¡Gracias, Blanca!

  1. Desde tu blog en el Diario médico llevas mucho tiempo divulgando, recomendando y escribiendo sobre el cómic en el ámbito sanitario. Pregunta obligada, ¿qué te atrae del mundo del cómic y qué crees que este puede aportar al sector médico?

En realidad, son muchos los aspectos que me atraen del cómic: su lenguaje, sus elementos identificativos, que favorecen que el lector se involucre en el relato, se proyecte en las historias narradas, lo que lo convierte en un medio singular; su capacidad de comunicar no solo datos, informaciones, sino también pensamientos, sentimientos o emociones, algo impensable en otros tipos de texto como, por ejemplo, los folletos o las guías de salud destinados a los pacientes, familiares y cuidadores.

Y son, entre otros, a mi juicio, estos aspectos los que convierten al cómic —en sus distintos formatos (historieta, novela gráfica, tira cómica, etcétera)— en una herramienta excelente tanto para la promoción de la salud y la educación médico-sanitaria de la población como para la formación de médicos en ciernes y la mejora de la comunicación entre profesionales sanitarios y pacientes.

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  1. Este verano se publicó tu libro «El cómic como recurso didáctico en los estudios de Medicina». ¿Cómo se le ocurre a una licenciada en TeI escribir un libro sobre este tema?

Es una pregunta muy interesante que se ha hecho más de uno, te lo aseguro. Y lo entiendo, pues no deja de sorprender el hecho de que haya sido una traductora, por muy Doctora que sea, y no un profesional sanitario, la que haya intentado cubrir, mediante el uso del cómic como herramienta didáctica, una laguna importante en los estudios de Medicina como es la formación de los estudiantes en la competencia denominada «Habilidades de comunicación», conocida también como «Comunicación médica», «Relación médico-enfermo y habilidades comunicativas», «Comunicación en Medicina» o «Comunicación Asistencial».

Es mi pasión por la investigación, la didáctica, la educación médico-sanitaria del lego en medicina, la comunicación entre médicos y pacientes lo que me llevó a investigar, en un primer momento, sobre la utilidad del cómic para la promoción de la salud y la educación médico-sanitaria de la población, y, posteriormente, sobre las prebendas docentes de este fantástico medio de comunicación para la formación de estudiantes de Medicina en «Habilidades de comunicación» tras descubrir que en algunas facultades de medicina extranjeras se hacía uso del cómic como instrumento docente.

El último libro de Blanca Mayor sobre el cómic como recurso didáctico

El último libro de Blanca Mayor sobre el cómic como recurso didáctico

  1. ¿Qué rasgo diferencial tiene o qué aporta el cómic que no podamos obtener a partir de otro tipo de documentos (folletos, trípticos, etc.)?

Como decía anteriormente, la capacidad de este medio de comunicar no solo datos, informaciones, sino también pensamientos, sentimientos, fantasías o emociones, lo que favorece la identificación del lector con el relato, con la historia narrada.

En el cómic, al contrario de lo que ocurre en el tipo de documentos que mencionas, prima la narración, de ahí que sus elementos constitutivos —narrador, acción, personajes, tiempo y espacio— doten al texto de un gran potencial informativo. Y al relatar, por tanto, en un determinado periodo de tiempo hechos vividos por personajes, con los cuales el destinatario pueda identificarse fácilmente, al analizar experiencias personales prácticamente imposibles de ser abordadas por otras vías y, por ende, permitir al lector proyectarse en las historias narradas, el cómic se transforma en una herramienta idónea para la divulgación médico-sanitaria.

  1. Solemos relacionar un cómic o tebeo con una temática graciosa, simpática, agradable. ¿Cómo podemos hablar de temas tan espinosos como el Alzheimer, el SIDA o la muerte mediante ilustraciones y bocadillos?

En efecto, aunque la percepción social del medio está variando, la gran mayoría suele asociar la palabra «cómic» con un medio eminentemente enfocado al ocio, con un medio de entretenimiento que aborda el humor o la acción, destinado principalmente a la población infantil y juvenil, y poco más. Sin embargo, nos hallamos ante un medio de comunicación soberbio tanto para la promoción de la salud y la educación médicosanitaria de la población como para la narración de vivencias personales asociadas al enfermar. Tanto es así que la acogida entre el gran público de esta modalidad narrativa, me refiero en concreto a la novela gráfica —un formato de cómic en el que los autores relatan sus experiencias, sus vivencias asociadas al enfermar, sean ellos los propios dolientes o algún miembro de su familia—, ha sido tal que se puede afirmar, sin caer en la exageración, que ha revolucionado la industria editorial. Puede apreciarse bien en la copiosa publicación de novelas gráficas en distintos idiomas, traducidas a su vez a otras lenguas.

  1. ¿El formato permite hablar de todo? ¿Se puede explicar bien una enfermedad sin usar jerga médica? 

De hecho, se habla de todo. He leído cómics que abordan temas tan distintos, y desde diversas perspectivas, como la medicina genómica, el Alzheimer, la gripe, el cáncer de mama, de testículo, de laringe, la depresión, la psoriasis, el TDAH, la disfunción eréctil, la oncología radioterápica, el autismo, la epilepsia, la diabetes, la parálisis cerebral, la anorexia, la hemofilia… La lista es interminable.

En cuanto al uso de la jerga médica, no veo por qué hay que prescindir de ella para que el texto resulte comprensible. Es más, en los cómics destinados a la promoción de la salud y a la educación médico-sanitaria de la población es, a mi juicio, necesario hacer uso de tecnicismos. En primer lugar, resulta prácticamente imposible prescindir en todo momento de la terminología médica. En segundo lugar, debido a que los materiales destinados a la información y formación en salud aspiran precisamente a la educación médico-sanitaria de los ciudadanos, en mi opinión, sí conviene hacer uso de la terminología médica siempre que los términos empleados sean debidamente sometidos a un proceso de reformulación la primera vez que aparecen en el texto.

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  1. ¿Qué dificultades existen al plasmar en cómic la realidad de un paciente con una enfermedad grave?

Me temo que no soy la persona más indicada para responder a esta pregunta pues no soy dibujante de cómics. Yo tan solo me dedico a analizarlos y a explotarlos desde el punto de vista pragmaligüístico y didáctico, pero, por desgracia, soy incapaz de hacer un cómic.

  1. En tu libro hablas de la empatía del médico (y del estudiante de Medicina) cuando debe tratar ciertas cuestiones con el paciente. ¿Cómo se desarrolla esta habilidad de comunicación, cómo se aprende a dar malas noticias?

Para desarrollar esta habilidad de comunicación, como cualquier otra, es necesario disponer del enfoque didáctico y el material docente adecuados. En mi libro opté por el denominado «enfoque por tareas», porque implica un aprendizaje activo y favorece la autonomía de los estudiantes. Y, como queda patente en el título de mi libro, por el cómic como material docente, concretamente por la historieta y la novela gráfica por los motivos comentados anteriormente. Además, la novela gráfica, en concreto, permite conocer hechos y situaciones que difícilmente se encuentran en los libros de texto tradicionales de medicina. Y, a diferencia del cine o la novela tradicional, exige una implicación mayor del lector, pues le obliga a la participación activa en la decodificación del conjunto de códigos diversos de lenguajes o paralenguajes diferentes que entran en juego en la narración. Y, cómo no, hay que saber qué se enseña.

Aunque parezca mentira hay profesionales de la salud —sean docentes o no— que suelen confundir el concepto de empatía con el de simpatía, cordialidad, compasión y hasta con los buenos modales. Una vez se tenga claro el concepto de empatía, los factores que la favorecen y la propician, así como la enorme importancia que tiene en la práctica asistencial, esta habilidad de comunicación se puede enseñar, aprender, ejercitar y hasta evaluar con, como decía, el enfoque didáctico y el material docente adecuados.

Invito a los lectores de esta entrevista a que lean el apartado 3.3 de mi libro donde hago una propuesta didáctica para el desarrollo de la capacidad empática. Como todas las publicaciones de la Fundación Dr. Antonio Esteve, se puede obtener, de manera gratuita, un ejemplar impreso del libro haciendo clic en «Solicitar publicación» en este enlace o bien descargar una copia en PDF de la misma página.

  1. Soy muy fan del cómic Oh Joy Sex Toy de Erika Moen y sé que también lo conoces, ya que alguna vez hemos hablado de él por la red. ¿Un cómic es un buen método para hablar de una cuestión tan peliaguda como el sexo, por cuestiones morales y no solamente médicas? ¿Crees que sería posible una publicación de este tipo en castellano?

He leído folletos y guías de salud sobre este tema destinadas a los ciudadanos con un contenido que algunos lectores considerarían subiditas de tono y hasta un pelín pornográficas. Así que, creo que el cómic, si además se adereza con una pizca de humor, sería el método más apropiado para abordar un tema tan peliagudo como el sexo y tratar el tema con la naturalidad que se merece. Sinceramente, pienso que una publicación de este tipo no solo sería posible en castellano, sino también necesaria.

A pesar del título, Erika no solo habla de juguetes sexuales

  1. ¿Cómo ves el futuro del tándem cómic y comunicación/divulgación médica? 

Cada vez son más numerosas las entidades públicas y privadas que apuestan por la edición de cómics para tales fines en lugar de recurrir a los materiales tradicionales. Esto no ha hecho más que empezar y, como no podía ser de otro modo, le auguro un futuro fantástico siempre, claro está, que se elaboren cómics por dibujantes expertos y profesionales sanitarios, y con rigor. Hay que cuidar los elementos tanto gráficos como narrativos y no perder de vista al destinatario del texto. No todo vale.

  1. Por último, ¿te atreverías a hacer un top 5 o top 10 de cómics sobre medicina que te gusten especialmente?

Son muchos los que tengo entre mis favoritos, algunos de ellos reseñados en mi blog. Entre las historietas destacaría Atenta (sobre el TDAH), Alzheimer. ¿Qué tiene el abuelo?, ¿Qué le pasa a Isabel? Los Medikidz explican la diabetes tipo 1 (sobre la diabetes), Un día como hoy (el cáncer de mama entró en casa). De las novelas gráficas, sin lugar a dudas, Una posibilidad entre mil (sobre la parálisis cerebral), Arrugas (sobre la enfermedad de Alzheimer), Los silencios de David (sobre el cáncer de laringe), Alicia en un mundo real (sobre el cáncer de mama), 17. Vivir, revivir, sobrevivir (sobre el cáncer de testículo) y María y yo (sobre el autismo).


De nuevo, gracias por la entrevista y las recomendaciones, Blanca. Doy fe de lo grandes que son Arrugas, cualquiera que haya pisado una residencia de ancianos se sentirá automáticamente identificado; María y yo, cómic del gran Miguel Gallardo que se convirtió poco después en documental; y Píldoras azules, de Peeters y que, no, no tiene nada que ver con las pastillitas de Pfizer en las que muchos estaréis pensando. Si no los habéis leído ya, no os los perdáis, porque cómics y Medicina están mucho más ligados de lo que nos imaginamos.

En silencio

19 miércoles Mar 2014

Posted by enlalunadebabel in Off topic

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afasia, comunicación, palabras, tumor cerebral

Érase una vez un hombre de negocios a un maletín pegado. Un padre de familia que trabajaba sin cesar y se pasaba semanas enteras de viaje. Tan cansado estaba de hablar, regatear y discutir condiciones que al volver a casa, al calor del hogar, solo quería estar tranquilo.

No era infrecuente que, acostumbrado a sus comidas y cenas de hotel en silencio, le molestara la cháchara de sus hijos que, evidentemente, disfrutaban de su presencia aunque les mandara callar o les lanzara «la mirada del tigre» porque quería ver las noticias.

Era un hombre serio y cortante en ocasiones, pero tenía un gran sentido del humor. Era una persona con don de palabra y una caligrafía exquisita. No se le daban muy bien los idiomas, pero había aprendido inglés solo y aunque su hija le corregía con frecuencia, él se contentaba con comunicarse a lo indio. Siempre decía que no se había quedado nunca sin comer y que lograba hacerse entender con sus clientes sin problemas, aunque se pasara meses enteros en Estados Unidos o en Japón.

Pero todo cambió unas navidades. Una mañana se despertó, se levantó de la cama y se dispuso a prepararse el desayuno como siempre. Los demás seguían acostados. Aquellas primeras horas del día no cruzó ni una sola palabra con nadie. Sin embargo, cuando llegó a su despacho y quiso encender el ordenador, notó que algo no andaba bien: no conseguía acordarse de la contraseña. Una vez. Error. Otra vez. Error. Nada, que no había manera. Y lo malo era que, en la soledad del autónomo, no había nadie alrededor que tuviera esa información.

Frustrado, bajó al bar de siempre para tomarse un cortado. Sus primeras palabras del día. «Qué raro», pensó cuando reparó en la cara de extrañeza del dueño del bar, que le conocía de toda la vida. Al parecer, y aunque en su cabeza el discurso era coherente, lo único que le salían eran sílabas desordenadas y desparejadas.

Acudió al hospital, donde todo el mundo estaba tan extrañado como él. Sentado en su cama con el batín (sí, a lo Hugh Hefner), trataba de mantener una conversación con la familia, pero era imposible. No se le entendía, se le trababa la lengua y al darse cuenta de que las palabras no le salían como quería, exclamó «¡ñoco!» en varias ocasiones. Se rieron juntos; era marca de la casa, aunque del revés.

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Tras una semana en el hospital, le dieron el alta a la espera de volver a ingresar en otro. Tenía un tumor cerebral. Durante su segundo ingreso, empezó a empeorar. Dejó de hablar; no podía. Se tocaba la cabeza, dolorido, pero era incapaz de articular palabra. Ni una.

Una noche tuvieron que intervenirle de urgencia. Se moría y no encontraban el motivo: la medicación no funcionaba. Fue entonces cuando descubrieron por qué. No era un tumor. Le habían estado tratando un tumor inexistente: era una infección cerebral que le ocupaba todo el hemisferio izquierdo. Un absceso por estreptococos causado, muy probablemente, por una leve infección de oído. Entre la espera y el error en el diagnóstico, sufrió una meningitis.

Consiguieron salvarle la vida, pero se pasó unas semanas como un ser primitivo, callado y con arrebatos violentos, que no reconocía a su familia y que se negaba a tragar o fulminaba con la mirada cuando se le daba de comer muy despacio o muy deprisa.

La situación en el hospital no era mucho mejor. El personal le atendía lo mejor que podía, pero cada vez le daban más ataques epilépticos y las pruebas eran más espaciadas. Se pasó prácticamente un mes ingresado en la planta de cardiología y no en la de neurología porque no había camas. Tampoco se le facilitaban botellines de agua y no precisamente por prescripción facultativa. Aún hospitalizado, llegaron a pedirle a la familia que se trajera los medicamentos de casa. Pequeñas o grandes cosas, según se mire, que acrecentaban el dolor de todos.

Cuando le dieron el alta seguía sin poder hablar. Los médicos no se ponían de acuerdo. Algunos decían que recuperaría el habla en breve; otros, que tardaría más. Unos decían que entendía bien lo que se le decía; los demás, que no estaban seguros de que su cerebro funcionara bien todavía. En general, eso sí, todos apostaban por una mejoría. Durante un tiempo acudió a rehabilitación, pero su vida ya había cambiado por completo. De la noche a la mañana había pasado de ser una persona activa a alguien dependiente.

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Este hombre es mi padre. Han pasado dos años y sigue sin poder hablar. Lee a duras penas y no siempre entiende lo que hay escrito. No puede escribir, ni siquiera ayudándose de un teclado. Su caligrafía se quedó donde sus palabras, en algún cajón de su cerebro que no logra abrir.

Echo de menos hablar con él, oír su voz —que apenas se aprecia en sus balbuceos— y su risa. Intercambiar unas pocas palabras, aunque sea para hablar del tiempo. Quién me diría a mí que llegaría a extrañar sus tacos y sus salidas de tono, sus intentos por provocarme con temas políticos. Damos tantas cosas por supuesto que muchas veces no valoramos lo suficiente el poder de las palabras, de una conversación y, en definitiva, de la comunicación.

Hoy, 19 de marzo, estas letras están dedicadas a él, a mi padre, aunque no pueda leerlas.

«T’estimo».

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