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Érase una vez un hombre de negocios a un maletín pegado. Un padre de familia que trabajaba sin cesar y se pasaba semanas enteras de viaje. Tan cansado estaba de hablar, regatear y discutir condiciones que al volver a casa, al calor del hogar, solo quería estar tranquilo.
No era infrecuente que, acostumbrado a sus comidas y cenas de hotel en silencio, le molestara la cháchara de sus hijos que, evidentemente, disfrutaban de su presencia aunque les mandara callar o les lanzara «la mirada del tigre» porque quería ver las noticias.
Era un hombre serio y cortante en ocasiones, pero tenía un gran sentido del humor. Era una persona con don de palabra y una caligrafía exquisita. No se le daban muy bien los idiomas, pero había aprendido inglés solo y aunque su hija le corregía con frecuencia, él se contentaba con comunicarse a lo indio. Siempre decía que no se había quedado nunca sin comer y que lograba hacerse entender con sus clientes sin problemas, aunque se pasara meses enteros en Estados Unidos o en Japón.
Pero todo cambió unas navidades. Una mañana se despertó, se levantó de la cama y se dispuso a prepararse el desayuno como siempre. Los demás seguían acostados. Aquellas primeras horas del día no cruzó ni una sola palabra con nadie. Sin embargo, cuando llegó a su despacho y quiso encender el ordenador, notó que algo no andaba bien: no conseguía acordarse de la contraseña. Una vez. Error. Otra vez. Error. Nada, que no había manera. Y lo malo era que, en la soledad del autónomo, no había nadie alrededor que tuviera esa información.
Frustrado, bajó al bar de siempre para tomarse un cortado. Sus primeras palabras del día. «Qué raro», pensó cuando reparó en la cara de extrañeza del dueño del bar, que le conocía de toda la vida. Al parecer, y aunque en su cabeza el discurso era coherente, lo único que le salían eran sílabas desordenadas y desparejadas.
Acudió al hospital, donde todo el mundo estaba tan extrañado como él. Sentado en su cama con el batín (sí, a lo Hugh Hefner), trataba de mantener una conversación con la familia, pero era imposible. No se le entendía, se le trababa la lengua y al darse cuenta de que las palabras no le salían como quería, exclamó «¡ñoco!» en varias ocasiones. Se rieron juntos; era marca de la casa, aunque del revés.
Tras una semana en el hospital, le dieron el alta a la espera de volver a ingresar en otro. Tenía un tumor cerebral. Durante su segundo ingreso, empezó a empeorar. Dejó de hablar; no podía. Se tocaba la cabeza, dolorido, pero era incapaz de articular palabra. Ni una.
Una noche tuvieron que intervenirle de urgencia. Se moría y no encontraban el motivo: la medicación no funcionaba. Fue entonces cuando descubrieron por qué. No era un tumor. Le habían estado tratando un tumor inexistente: era una infección cerebral que le ocupaba todo el hemisferio izquierdo. Un absceso por estreptococos causado, muy probablemente, por una leve infección de oído. Entre la espera y el error en el diagnóstico, sufrió una meningitis.
Consiguieron salvarle la vida, pero se pasó unas semanas como un ser primitivo, callado y con arrebatos violentos, que no reconocía a su familia y que se negaba a tragar o fulminaba con la mirada cuando se le daba de comer muy despacio o muy deprisa.
La situación en el hospital no era mucho mejor. El personal le atendía lo mejor que podía, pero cada vez le daban más ataques epilépticos y las pruebas eran más espaciadas. Se pasó prácticamente un mes ingresado en la planta de cardiología y no en la de neurología porque no había camas. Tampoco se le facilitaban botellines de agua y no precisamente por prescripción facultativa. Aún hospitalizado, llegaron a pedirle a la familia que se trajera los medicamentos de casa. Pequeñas o grandes cosas, según se mire, que acrecentaban el dolor de todos.
Cuando le dieron el alta seguía sin poder hablar. Los médicos no se ponían de acuerdo. Algunos decían que recuperaría el habla en breve; otros, que tardaría más. Unos decían que entendía bien lo que se le decía; los demás, que no estaban seguros de que su cerebro funcionara bien todavía. En general, eso sí, todos apostaban por una mejoría. Durante un tiempo acudió a rehabilitación, pero su vida ya había cambiado por completo. De la noche a la mañana había pasado de ser una persona activa a alguien dependiente.
Este hombre es mi padre. Han pasado dos años y sigue sin poder hablar. Lee a duras penas y no siempre entiende lo que hay escrito. No puede escribir, ni siquiera ayudándose de un teclado. Su caligrafía se quedó donde sus palabras, en algún cajón de su cerebro que no logra abrir.
Echo de menos hablar con él, oír su voz —que apenas se aprecia en sus balbuceos— y su risa. Intercambiar unas pocas palabras, aunque sea para hablar del tiempo. Quién me diría a mí que llegaría a extrañar sus tacos y sus salidas de tono, sus intentos por provocarme con temas políticos. Damos tantas cosas por supuesto que muchas veces no valoramos lo suficiente el poder de las palabras, de una conversación y, en definitiva, de la comunicación.
Hoy, 19 de marzo, estas letras están dedicadas a él, a mi padre, aunque no pueda leerlas.
«T’estimo».
Qué bonito pero qué duro leer tus palabras, Scheherezade. Estoy segura de que se siente muy orgulloso de ti, precisamente por este tipo de gestos.
Un abrazo.
Laeticia
Ay, que se me salta el agüilla de los ojos. Sin palabras. Un abrazo enorme, corazón.
Me has dejado sin palabras… hasta se me ha saltado una lagrimilla. Preciosa entrada, Scheherezade. El amor por un padre es de las cosas más grandes de este mundo, y en los momentos duros es cuando se hace aún más grande, infinito. Tu padre tiene mucha suerte de tener una hija como tú. Gracias por compartirlo con nosotros.
Andrea B.
Mi padre murió de cáncer cuando yo era un adolescente, 17 años. Lo hecho de menos cada día. Lo que más me duele, que no pudiera conocer a sus nietos. De lo que más me arrepiento, de no haberle dicho más «te quiero». Seguro que te entiende, aunque no pueda responderte, seguro que tus miradas y el contacto físico, le alivian de su encierro. Me has hecho llorar, pero te lo agradezco.
Un abrazo muy fuerte, Scheherezade.
Qué entrada tan dura, Scheherezade. La vida está llena de contraposiciones o compensaciones, según se mire. Él apenas puede hacer uso de las palabras y a cambio, entre su descendencia, tiene una experta en ellas, que transforma las de un idioma en las de otro, para que más personas tengan acceso a un mismo mensaje. Gracias por compartir algo tan íntimo con nosotros.
Un abrazo.
Isabel
Cuánta razón tienes, Scheherezade. Hay golpes que te cambian la vida y todo lo que habíamos dado por hecho se nos cae encima. Cruzaremos los dedos para que poco a poco la situación mejore, a veces tenemos suerte, y lo hace. Un abrazo.
Qué real y qué cercano, Schere. Leyéndote no podía dejar de pensar en mi abuelo, que tuvo demencia por cuerpos de Lewy. Nunca olvidaré que en mitad de todo, tuvo una tarde de casi cordura, recitando trovos cartageneros antiguos, sonriendo. Parecía que había vuelto.
Agárrate a la esperanza, donde la encuentres.
Besos, muchos.
Qué bonito y duro a la vez. Muchas veces dejamos que la vida nos viva en lugar de vivirla, y nos damos cuenta muy tarde. Pero, como dice Winnie The Pooh: «If there ever comes a day when we can’t be together keep me in your heart. I’ll stay there forever.»
Ay, qué duro debe ser trabajar con la lengua… Y no poder eschuchar sus palabras.
Gracias por compartir esta entrada, que como dices tú, es de lo más personal.
I wish it does serve – even a little bit – as a way of catharsis, my dear.
Un abrazo fuerte,
V.
Qué terrible momento cuando un puntal de nuestra vida, padre o madre, se resquebraja o cae, cuando aquella persona poderosa, que se comía el mundo en dos bocados, se vuelve frágil o desaparece para siempre y ya no hay nadie que se interponga entre el abismo y tú. Cuánto tiempo has llevado esta carga dentro de tu corazón, tú sola, demasiado. Ahora que has reunido el valor para compartirla, permíteme que lo haga, que la comparta contigo, aquí me tienes. Un abrazo.
Estos son los días que te demuestran la importancia de las cosas. Tu homenaje te honra. Hay que coleccionar momentos y no cosas … Tú ya tienes esos momentos, aunque sean en el recuerdo. Beso
Siento mucho la situación, pero créeme, agradecerá algo como lo que yo hice con mi madre … que supiese cuánto la quería: http://puxaalonso.wordpress.com/2010/03/31/soneto-a-mi-madre/
Triste pero bello a la vez, como la vida misma.
Siempre nos quedarán sus enseñanzas y quién sabe, quizás lo recuperes, y así lo espero.
Salud.
Scheherezade, la vida da tantas vueltas y nos sentimos impotentes delante de lo que no podemos cambiar. Me da mucha pena que ya no puedas conversar con tu padre, pero aún puedes contar con su presencia, con su mirada y puedes abrazarlo. Infelizmente yo ya no puedo contar con la presencia de mis padres, únicamente los llevo en el corazón y en mi pensamiento.
No pierdas la esperanza de que la situación aún se pueda revertir, disfruta de su presencia y demuéstrale lo mucho que lo quieres.
Fuerza y un abrazo!
Precioso y triste a partes iguales. Seguro que recibe todas tus palabras aunque no pueda devolvértelas y está más que orgulloso de su hija.
Un abrazo
Impresionante. Me has emocionado. Hace unas semanas a mi abuelo le diagnosticaron demencia senil. Lo llevaron al médico justo después de que estuviera en mi casa un día y empezara a delirar mientras hablaba conmigo. Son experiencias realmente duras que nos hacen valorar esos detalles que la rutina convierte en insignificantes.
Preciosa entrada, Scheherezade…
La vida puede dar golpes muy duros y nos toca ser valientes. No queda otra. Seguid luchando y aferraos a la esperanza. Un abrazo.
Un abrazo grande, Scheherezade.
Una entrada estremecedora, Scheherezade. Mucho ánimo para ti y tu familia.
Vaya, ayer escribí un comentario pero no se publicó.
En cualquier momento me habría emocionado tu entrada pero en este, con un familiar en la UCI, me hizo llorar.
Precisamente en estas últimas semanas he pensado mucho en lo frágil que es la vida, que de un día para otro, casi de un minuto al siguiente, cambia por completo.
Espero que tu padre no esté sufriendo y seguro que en su corazón, aunque no pueda expresarlo con palabras, se siente muy orgulloso de ti.
Mucho ánimo y fuerza, Scheherezade.
Un petó molt gran, guapa…
Me faltan las palabras… Un abrazo grande ♥
Mucho ánimo y mucha fuerza. Un abrazo fortísimo. Seguro que aunque no pueda decírtelo está muy orgulloso de ti.
He tardado mucho en leer esta entrada, pero ahora que por fin lo hice, te agradezco que hayas compartido con nosotros este cachito de tu corazón. No podemos valorar plenamente el presente, que se vuelve pasado sin avisarnos, sin alterar su esencia. La paradoja del tiempo. Pareciera que lo único que no está atado a Cronos es el amor. Aferrémonos al amor entonces. Gracias por recordármelo.
Omitiendo obviedades, has sido muy valiente para contarlo y más aún para hacerlo de esa forma tan exquisita, sugerente, real, concisa, sincera y triste.
Me hiciste leerlo un par de veces…Algo que me llamó la atención es que mencionas la mirada «del tigre», miradas que fulminan…las miradas también hablan…eso es una forma de comunicación, ¿no?
Un saludo,
Gema.
P.D.: Te animaría a ver algún vídeo en Lengua de Signos Española/ Catalana.
La situación que vive tu papá me ha hecho pensar en los niños cuando son bebés y no pueden hablar. Yo que soy madre sé que a los bebés hay que mirarlos mucho, besarles mucho, tocarles y abrazarles, eso les hace tomar confianza en el mundo que les rodea y con el que solo pueden comunicar con balbuceos, miradas y brazos que se agitan. También les ayuda y les prepara para afrontar las duras batallas que les esperan…
Un abrazo Sherezade, espero sinceramente que tu papá se mejore.
Me he emocionado mucho al leerte, Sherezade. Gracias por compartirlo. Está exquisitamente escrito y te hace reflexionar sobre las paradojas de la vida. Mucho ánimo para ti y toda tu familia. Un abrazo.
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