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Sant Jordi, el Día del Libro, me ha parecido siempre un día muy especial. Es un día de celebración de la lectura y, por extensión, de la originalidad y la imaginación. Al fin y al cabo, leer nos abre las puertas a otras realidades, a nuevos mundos. Como dice George R.R. Martin en A Game of Thrones: «A mind needs books as a sword needs a whetstone, if it is to keep its edge».

A modo de inciso, aprovecho para comentar que no creo que deba verse la lectura como algo a lo que obligar, sino como un acto motivado por la curiosidad y por el afán de saber, comunicarse. Para mí la lectura es como escuchar a una persona que de otra manera no podría comunicarse conmigo.

Además, el dominio del lenguaje no se adquiere solamente con el estudio exhaustivo de las normas gramaticales. Existe un camino más rico, más sugerente y, por supuesto, mucho más divertido: la lectura de obras literarias ya sea en nuestro idioma, en otro o a través de una traducción.

La traducción literaria

El libro no es más que uno de los soportes que sirven para cualquier tipo de traducción. La traducción literaria se refiere a la de aquellas obras o textos que sirven generalmente en su lengua original para crear o reflejar una experiencia estética o artística, en lugar de estrictamente recoger y transmitir información o conocimientos, ámbito propio de la traducción técnica.

La traducción literaria requiere habilidades en estilo, una buena imaginación y una gran base cultural porque las obras suelen estar fuertemente impregnadas de la cultura de la lengua en la que están escritas. Este tipo de traducción requiere que el traductor posea el mismo conocimiento y dominio de la lengua de partida que de la lengua de llegada (como en cualquier otro tipo de traducción, evidentemente), pero sobre todo de los contextos culturales e históricos propios del texto literario correspondiente en ambas lenguas.

El traductor literario, además de enfrentarse a las dificultades que presenta toda traducción, ha de atender a la belleza del texto, a su estilo y sus marcas (léxicas, gramaticales o fonológicas), teniendo en cuenta que las marcas estilísticas en una lengua pueden no serlo en otra. Debe tratar de reproducir el efecto completo del texto original en el lector de lengua de destino, por lo que debe recoger el significado adecuado de las palabras y evocar las mismas emociones que el original. En este sentido traducir poesía, por ejemplo, ofrece un doble desafío ya que hay que respetar tanto el sentido como la métrica.

Por último, la traducción literaria es también una forma de crear: una obra traducida es siempre otra obra distinta, adquiere significados diferentes, ritmos diferentes, contenidos diferentes, el éxito al traducirla está sobre todo en el placer estético que provoca.

La visibilidad del traductor literario

Como en las demás áreas de traducción, el traductor es ese ser que trasvasa la información de un texto de una lengua a otra pero pocas veces tiene rostro. En este sentido, la ACEC lanzaba hace unas semanas la campaña “¿Quién ha traducido el libro?” en pro de la visibilidad de la traducción literaria. De esta manera se pretende luchar contra la práctica periodística que consiste en no mencionar el nombre del traductor o traductora cuando se comenta un libro traducido de otra lengua. Al fin y al cabo, cuando alguien cita un párrafo de una novela traducida o comenta lo bien escrito que estaba el libro X o Y, en realidad está hablando de la traducción, no del original.

Por su lado, el grupo Tibónidas realizó una encuesta acerca de esta misma cuestión en la Feria del libro de Granada en 2011, que concluyó que la gran mayoría de la gente si bien reconocía la importancia de la calidad de las traducciones, admitía no comprobar el nombre del traductor de las obras que leían. ¿Lo más positivo? Muchos aseguraron que a partir de entonces se fijarían más.

Sin embargo, a mi parecer, la responsabilidad primera recae en los editores, porque es la editorial quien decide cómo se menciona al traductor del libro en cuestión. La mayoría de las veces, el nombre aparece en la página del título interior y en la de los créditos. Por poner un ejemplo, barro para casa:

En el caso de otras editoriales, como Acantilado, el traductor aparece en la misma portada e incluso en internet se recoge el nombre justo debajo del título:

Es cierto que el traductor cobra; es cierto que no en todos los trabajos los empleados tienen el reconocimiento que se merecen; es cierto que los traductores nos hacemos muy pesados con este tema, pero hay que darse cuenta de que es un trabajo duro, arduo, que muchas veces se prolonga varios meses y, en definitiva, si nosotros no luchamos por esto, nadie lo hará.

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Para saber más: