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De entre todas las consultas que pueden llegar durante la semana de compañeros, las más habituales son: «¿Qué hago al acabar el grado?», «¿Cómo capto clientes?», «¿Por dónde empiezo?». Es normal. Sales del grado con ilusión y caes en los brazos de la incertidumbre y la inseguridad, pero créeme que esa sensación de ir como pollo sin cabeza la hemos tenido absolutamente todos en algún momento.
Y en realidad no hay una fórmula mágica —¡ojalá!—, pero cada uno intenta apañarse como puede con los consejos que le dan, los libros que lee (la semana pasada os recomendaba uno coordinado por profesoras de la Universidad de Murcia) y como buenamente puede, vaya. Por eso, aunque desde este blog he hablado muchas veces de encontrar trabajo, al final todo tiene un matiz personal y he pensado que sería buena idea dar voz a los recién egresados para que nos cuenten cómo llevaron ellos los primeros meses de actividad y cómo se las han apañado para ganarse las habichuelas.
Este es vuestro blog también y espero que a lo largo de estas semanas encontréis trucos e ideas que os ayuden si ahora mismo os encontráis en esta situación. Hoy empezamos con dos testimonios bastante distintos, los de Carla Bataller y Javier Rebollo. ¡Vamos allá!

Salí del máster llena de ilusión y energía: quería comerme el mundo, empezar a traducir libros y vivir de la traducción literaria. Pero aquello duró poco, porque mi impaciencia me obligaba a conseguir resultados inmediatos, y eso es complicado. Hay que currárselo mucho y persistir. Así que empecé a enviar currículos a todas partes. Y cuando digo todas, es todas: desde agencias de traducción hasta empresas de cualquier sector. Al final, conseguí mi primer encargo de traducción unos nueve meses después de salir del máster: localizar una página web sobre reproducción asistida al inglés y al francés.
Aquello salió todo lo mal que podía salir. Pero aprendí muchísimas cosas de esa mala experiencia y, sobre todo, me dio fuerzas para seguir. Ese verano conseguí trabajo como subtituladora en una empresa grande y estuve trabajando sin parar. Una cosa llevó a la otra y, de repente, en cuestión de un año tenía un currículo decente en subtitulado. Pero no estaba traduciendo libros, que era lo que yo quería.
Después de idear mil y una formas de llamar la atención de algún editor, había desistido. Mi presencia en redes se centraba en hablar de subtitulado y de autoras. Por esa época, organicé un proyecto para dar mayor visibilidad a las mujeres que escriben. No ganaba dinero con aquello, pero me permitió conocer a muchas personas que acabarían siendo amigas mías y a muchas autoras de las que disfrutaría durante mis ratos libres. Y, de repente, llegó el correo.
Ese correo me cambió la vida. Provenía de una editorial independiente que aún no se había dado a conocer y en él me pedían presupuesto para traducir la obra de una escritora que a mí me gustaba mucho. No me conocían de nada, pero habían visto en las redes que era feminista, hablaba de autoras y me dedicaba a la traducción. Me hicieron una prueba y hala, contratada. «¡Ya tengo mi primer encargo editorial! Y ahora, ¿qué hago?». Pues envié más y más currículos, hasta que tuve otro golpe de suerte y una editorial me contrató. Y así hasta ahora.
¿Qué conclusiones podemos sacar de todo esto? La primera: que os lo curréis, siempre, aunque tropecéis. La segunda: que no todo depende de vosotros, porque la suerte también juega un papel importante en esto. La tercera: haced y hablad de lo que os apasione.
*Podéis encontrar a Carla y hablar con ella —es un encanto— en su blog, enviarle un correo o seguirla en twitter.*

Si bien se suele decir que la profesión del traductor autónomo es una carrera de fondo —de hecho, lo es y hay momentos en los que se precisa de mucha paciencia—, tuve suerte y me fueron surgiendo oportunidades y clientes poco a poco pero pronto.
Mi primer año de autónomo, en realidad, comienza antes de darme de alta. Si había que hablar con alguien, me acercaba o le mandaba un mensaje. No tiene sentido el miedo a preguntar y a charlar. Todos la cagamos, pero, gracias a la solidaridad de este gremio, aprendes a no caer en los mismos errores.
Las prácticas con Fernando Castillo me sirvieron para aprender muchísimo, pero lo más importante fue conformarme un porfolio interesante con el que presentarme a los estudios de doblaje y las agencias de traducción. Aproveché el tironcillo del TFG para presentar los resultados en el SELM, lo que me valió algo de visibilidad, y pude hablar con un montón de profesionales de la traducción. La ponencia luego me brindó la oportunidad fortuita de impartir clases en el máster del ISTRAD con la Universidad de Cádiz. Ahora cumplo mi primer año de autónomo cofundando AMPERSOUND con unos compañeros bastante más experimentados que yo y a los que admiro profundamente.
Como veis, una cosa ha terminado llevando a otra. Nada de lo que uno hace es en vano aunque pueda parecerlo a corto plazo; todo cuenta.
En definitiva, mis ingredientes para sobrevivir han sido hacer prácticas profesionales, ser consciente de mis fortalezas y mis carencias, compartir desde el respeto, asistir a congresos, preguntar sin miedo y aprender cada día de los mejores.
*Podéis preguntarle más cosas a Javier en su perfil de Twitter o por LinkedIn.*

¿Qué os han parecido? A mí me han llamado mucho la atención las ganas y el empeño de estos dos primeros testimonios. Empezar a moverse antes de acabar el grado y no desfallecer ante las negativas o los silencios es esencial.
Y, como veis, aunque algunos puedan pensar que las redes sociales no sirven de mucho, la buena visibilidad (en el caso de Carla en cuanto a feminismo y cuestiones afines) y el contacto con compañeros del gremio del que hablaba Javi siempre tienen cosas buenas. Al fin y al cabo todos deben saber a qué nos dedicamos y no está de más empezar a tejer una red de contactos cuanto antes.
Nos despedimos por hoy. Volvemos la semana que viene con más testimonios. Si quieres contar el tuyo y explicar tu experiencia, escribe a: info@las1001traducciones.com. ¡Gracias!