Etiquetas
Alastair Reid, Edith Grossman, historia de la traducción, Hodor, intraducibilidad, Juego de tronos, subtítulos, traducción, traducción de poesía, traducción literaria
Hacía tiempo que tenía pensada esta entrada y estos días cobra más valor que nunca por el #HodorGate que, de repente, ha puesto de manifiesto la dificultad de traducir. No voy a extenderme en este tema puesto que seguramente ya lo conocéis; tanto interés ha suscitado que ha salido hasta en los periódicos.
Como resumen, hay un personaje en Juego de tronos (la serie de televisión) con afasia llamado Hodor que solo dice «hodor» y nada más. Hasta la sexta temporada no hemos conocido el porqué de ese apodo, de dónde venía su afasia y por qué repetía esa palabra en cuestión. Sin dar muchos detalles más (para los que no lo hayáis visto), viene de «Hold the door». En inglés puede explicarse la reducción, no así en castellano.
Pero ¿es intraducible? No hubiera sido tan difícil si se hubiera tenido esta información desde un principio, porque se podría haber usado un nombre creíble (dentro del mundo de fantasía) que encajara con la frase que aparecería temporadas/libros después. No tener este dato ha puesto al traductor de la serie (el libro aún no se ha publicado) en un buen brete porque, además, hay que tener en cuenta la sincronía labial.
Y no olvidemos que es imprescindible que el texto encaje en su contexto y resulte creíble porque, al fin y al cabo, la traducción debe conservar la magia de la narración, ya sea en un libro o en una película. Debemos creer en lo que está pasando. Por eso, una opción como la que se barajó en redes de «obstruye el corredor» hasta llegar a Hodor puede encajar como reducción del sintagma, pero no tanto como frase creíble en ese momento concreto. [Actualización: aquí veréis la solución al quebradero de cabeza]
Sea como sea, que se hable de este problema de traducción es una buena oportunidad para que se vea lo difícil de nuestra tarea y los muchos factores que hay en juego. Que traducción no solo hay una, que traducir significa escoger y que no basta con tener nociones de inglés o usar el Google Translate de marras. Que traducir es un trabajo complejo y no un pasatiempo.
Lo malo es que se habla tanto de lo que se pierde en una traducción (de una novela, en un doblaje, en los subtítulos de una película), que perdemos de vista lo que se gana. ¿Ganamos algo al traducir, más allá de hacer comprensible algo que en un principio sería únicamente para los hablantes de una lengua?
Cultura, idioma y traducción
En una entrevista publicada en Cuatro tramas: orientación para leer, escribir, traducir y revisar (Paula Grosman y Alejandra Rogante, 2009), la traductora María Cristina Pinto dice lo siguiente: «Hay que ser realistas y, por supuesto, yo no sostengo que todo se pueda traducir. Pero tampoco estoy de acuerdo con la idea tan difundida de que siempre se pierde en una traducción. Si se pierde, también se gana: se gana la posibilidad de acercarse a un material que de otra manera no se hubiera podido leer. Como decía Borges: «Qué sería de nosotros sin los traductores». Si solo leyéramos lo que está en nuestro propio idioma, nuestro conocimiento sería ínfimo».
Pinto, además, defiende que, desde sus orígenes, la función del traductor ha ido más allá del pasaje literal de una lengua a otra, con lo que siempre se aporta más: «Hoy en día, al concebir la traducción como mediación intercultural, no se tiene en cuenta solo lo erudito, sino también la cultura popular, los mitos, los sueños, los pensamientos, las costumbres de una cultura que están presentes en el texto de manera explícita o implícita. A veces la cultura a la que traducimos no tiene estos conceptos, no tiene esas vivencias, no sabe de estos mitos. El traductor debe darse cuenta de esa brecha y tratar de zanjarla».
La traducción como escritura
Que traducir es más que pasar del idioma X al idioma Y está muy claro, pero a veces conviene echar la vista atrás, hasta su raíz y sus orígenes, para darnos cuenta de que la traducción es mucho más y que, en efecto, se gana más de lo que se pierde. Sirva este fragmento de la entrevista a Pinto:
Edith Grossman recoge en Why Translation Matters el siguiente poema de Alastair Reid que habla de la cuestión que hoy nos ocupa. Reid escribió sobre este dilema inherente a escribir poesía, en su caso, y la problemática de traducirla. Su composición condensa muy bien el dilema de escribir y de escribir como traductor, y con ella nos despedimos hoy.
Lo que se pierde / What gets lost
I keep translating traduzco continuamente entre palabras words que no son las mías into other words which are mine de palabras a mis palabras. Y, finalmente, de quién es el texto? Who has written it? Del escritor o del traductor writer, translator o de los idiomas or language itself? Somos fantasmas, nosotros traductores, que viven entre aquel mundo y el nuestro between that world and our own. Pero poco a poco me ocurre que el problema the problem no es cuestión de lo que se pierde en traducción is not a question of what gets lost in translation sino but rather lo que se pierde what gets lost entre la ocurrencia —sea de amor o de desesperación between love or desperation— y el hecho de que llega a existir en palabras and its coming into words. Para nosotros todos, amantes, habladores as lovers or users of words el problema es éste this is the difficulty. Lo que se pierde what gets lost no es lo que se pierde en traducción sino is not what gets lost in translation, but rather what gets lost in language itself lo que se pierde en el hecho, en la lengua, en la palabra misma.*Alastair Reid (1936 – 2014) fue un académico y poeta escocés que tradujo, entre otros, a Pablo Neruda y Jorge Luis Borges.
***
Artículos relacionados:
Reblogueó esto en Raffaello Palandri's Blog.
Reblogueó esto en Pensaments d'autòmats.
¡Excelente artículo!
Desde Buenos Aires, agradezco la cita y te felicito por tu blog, que me llegó a través de una exalumna y actual profesora de traducción. Luego de 33 años de formar traductores literarios, es uno de los más lindos regalos que atesoro, los alumnos y sus recuerdos…
María Cristina Pinto
PD1 : siento mucha vergüenza de compartir el texto con la gran Edith Grossman, pero bueno, así es la vida…
PD2: Scheherezade, tu nombre te signó desde la cuna para ser traductora…
Iba a escribir un comentario general expresando la dicha de encontrar palabras tan adecuadas e iluminadoras como las tuyas, María Cristina, y me doy cuenta de que tú estabas entre quienes comentaron. Doble dicha para mí.
Estoy my de acuerdo con tu artículo, Schehe, ya te imaginarás lo que opino. Traducir no es pasar palabra por palabra a otro idioma, sino transmitir y transformar un contenido —incluso crear uno nuevo— para que este se adapte y se torne algo natural en la cultura de destino. Si se pierde ese valor, traducir pues se convierte en una simple tarea de conocer un idioma y encontrar palabras aisladas.
Un beso.
Muy buen artículo, niña, como siempre.
Yo también voy a hacer un artículo relacionado a lo de Hodor esta noche después de que salga el episodio en España. Te invito a ser la primera en leerlo y compartirlo.
Cuando vi el 6×5 en VOSE pensé, ¡madre mía! ¿cómo van a traducir esto?? (se me pusieron los vellos de punta porque es maravilloso). Y como dices, unas cosas no se pueden traducir, y otras hay q tener muchos aspectos en cuenta (lo de los movimientos de labios cuando algo queda muy corto o largo). A mí me gustaba mucho El Príncipe de Bel-Air, porque de repente decian Julio Iglesias, Bertín Osborne, o cuaquier personaje español porque si entonces hubiesen traducido tal cual, aquí no hubiesemos pillado la gracia por no saber quién era.
Excelentísimo articulo! me ha encantado tu exposición, realmente interesante y curiosa. Sin lugar a dudas la labor de un buen traductor no se basa solo en traducir palabras sino en saber interpretar y relacionar entre muchas otras cosas, una tarea nada sencilla. Un saludo!
¡Otro excelente post, Scheherezade!
El asunto del nombre de Hodor me hace pensar en un par de saltos al vacío que he tenido que dar últimamente, traduciendo cómics y novela gráfica. En ambos casos, lo que tenía era el primer volumen de cada una, y sabía que vendrían más pero aún no estaban publicados. Me topé con nombres de sitios y personas con los que sé que puedo llegar a tener problemas, y me sentí maniatada al pretender consultar al autor. El camino para contactarlo puede ser largo: de mí a mi editor, al agente y de allí al autor. Y bien puede suceder que alguno de los intermediarios considere que no es indispensable aclarar el asunto y que rompa la cadena. Y si intento contactar al autor por mi propia cuenta, me arriesgo a «romper los protocolos». Así que termina uno cerrando los ojos para lanzarse al vacío, con la esperanza de que no haya significados ocultos que uno tuvo que dejar de lado.
Con respecto al comentario de Elah Echelon, yo también he encontrado traducciones muy afortunadas, que prefiero a los originales, casi siempre en el terreno del doblaje. Por ejemplo, los Simpson en doblaje para Latinoamérica me resultan mucho más cercanos y comprensibles que en versión original, e incluso las voces me gustan más. Y el doblaje de Peppa Pig para España me gusta mucho más que el original. En estos casos, no es solo la traducción en sí, sino también lo que yo llamaría la «puesta en escena».
Pingback: » Lo que se pierde / What gets lost
En mi opinión los beneficios del lenguaje original brindan color cultural que generalmente se pierde en la traducción: ya fueren ciertas facetas del humor, chistes, dichos, frases locales o reglas poéticas. De igual manera, gracias al trabajo de grandes traductores, la naturaleza de las historias siendo transmutadas se mantienen e (excusando pequeños momentos errantes) impactan de igual manera al lector que de otra manera no podría ser influenciado por el texto original dadas las barreras del idioma.
Recientemente escribí una entrada sobre este mismo tema en mi propio blog, por si a alguien le interesa explorar el tema a mas profundidad 😊
https://atrapadasentrepaginas2021.blogspot.com/2022/01/lectura-bilingue.html