Reconócelo. Tú también lo has hecho alguna vez. Yo lo he hecho varias veces y en público.
No, no me refiero a eso. Hablo de criticar una traducción. Sea por demostrar el estupor ante algo que creemos obvio o porque pensamos que se puede sacar una enseñanza, el caso es que terminamos criticando la traducción de un compañero. Pensamos más en el error y no en la persona —al menos esa ha sido la intención que he tenido yo siempre cuando he hablado de alguna traducción— y el objetivo en teoría no es ridiculizar al traductor ni proclamar que tú o yo lo haríamos mejor. Pero lo que termina pasando es que sí ponemos el dedo en la llaga del traductor sin conocer el contexto en que se ha producido dicho error.
Os preguntaréis a qué viene esta entrada ahora. Bueno, es algo que llevo pensando desde este verano y, sobre todo, al ver lo que ha pasado con la polémica de Roma (Alfonso Cuarón, 2018). En este último caso, he visto a compañeros cebarse con algunas elecciones léxicas de la traductora, yendo mucho más allá de la crítica por el hecho de subtitular la película a nuestro español y que, en cualquier caso, es algo que no la incumbía a ella.
Este verano compartí una foto que había colgado un compañero en un foro de traducción de Facebook. En esa foto había un error muy llamativo, habían bautizado Nueva Suéter a Nueva Jersey. Es un error de los que llaman poderosamente la atención y que muchos supusieron que había sido cosa de la traductora. A mí me pareció curioso y lo compartí en mis redes sin ir más allá, sin pensar en la autora de esa traducción y en cómo se podría sentir al ver cómo degeneraban muchos de esos comentarios. Evidentemente, el gazapo estaba ahí y muy seguramente habían sido los duendes de la edición.
Resulta que esa novela se había vendido en Latinoamérica y al querer acercarla más a los lectores de allí, habían hecho un buscar y reemplazar sin cerciorarse bien de los cambios. Y así se distribuyó, sin que la traductora lo supiera. ¿Cómo lo sé? Pues porque la propia traductora lo comentó en la publicación original en Facebook, aportando incluso pruebas del texto que había entregado a la editorial. Por mi parte, me sentí fatal, eliminé esa publicación de todas las redes donde la había colgado, hablé públicamente de eso en Twitter y me disculpé personalmente con la traductora. Algunos pensaron que no pasaba nada, que tampoco había que hacer una montaña de un grano de arena, pero me puse en su piel y supe que me dolería si pasara algo así.
Muchas otras traducciones se han vilipendiado en foros y perfiles diversos sin pensar, creo, en que incluso es una manera de tirarnos piedras contra nuestro propio tejado (algo así como poner en tu web la imagen del teclado con la tecla de traducir, como si fuera algo tan fácil). Sin querer, muchas veces nosotros mismos contribuimos a esa parte del oficio que tan poco nos gusta ver: la visibilidad para mal, el fracaso de la traducción como tal. Y yendo más allá de la traducción como disciplina: todos nos equivocamos y a todos nos pueden pillar en un renuncio. Dudo mucho que nos gustara vernos en esa situación.
Y, aun así, esto mismo sigue siendo la tónica habitual en muchos trabajos universitarios, en los que, al final, el análisis de una obra se acaba convirtiendo en una crítica a la traducción de un libro, una serie o una película sin conocer los detalles que ha habido en su producción y sin tener en cuenta a los demás eslabones de la cadena. También sucede en los trabajos comparativos entre las versiones doblada y subtitulada de un mismo producto, como comenta Stavroula Sokoli en este hilo. Si no lo ha traducido la misma persona es normal que haya inconsistencias, por ejemplo, y como seguramente no tengamos acceso al traductor, no conoceremos el contexto: si el traductor disponía del guion final, si tuvo que sacar cosas de oído, si tuvo mucho o poco tiempo para documentarse habida cuenta del plazo de entrega y muchos otros factores. Ojo, no hablo de limitar la libertad de expresión, cada uno es libre de quejarse de lo que quiera, pero hay formas y formas.
Por suerte, empiezo a ver en redes cada vez más elogios a las traducciones y eso es lo que deberíamos fomentar: el intercambio de buenas soluciones. Porque de los errores se aprende, sí, pero alabar una buena traducción y aplaudir lo bueno que encontremos en ella es mucho más saludable y productivo para todos. Por mi parte ya he empezado a aplicarme el cuento.
Y tú, ¿qué opinas?
Totalmente de acuerdo. De estudiante solía criticar más las traducciones. Ahora que traduzco, y me han llegado guiones con errores, o he tenido plazos de entrega muy ajustados, entiendo que se cometan errores. Y ya si pasa por más manos… Tenemos que elogiar más de lo que criticamos.
Gracias por comentar, Laura. Es así, cuando trabajas y descubres de primera mano todo el proceso empiezas a entender muchas cosas. Ojalá tuviéramos más tiempo para todo, pero no siempre se puede.
Me ocurre más o menos lo mismo. Yo también cuando era estudiante criticaba mucho en lo que a traducciones se refiere. Pero cuando me empezaron a llegar encargos reales, vi que no todo en la traducción depende del traductor. Hay muchos otros factores que influyen en la traducción
Muchas gracias por la entrada. Yo en realidad trato de ser «neutro» en lo que respecta a comentar y, las críticas me las guardo para mí (buscando siempre entender el porqué de aquella traducción, de esta elección)…Trato de ser muy humilde y sé que también cometo errores, y que lo importante es tratar de ser mejor cada día y apoyar a los demás para que también lo sean.
Sí estoy de acuerdo. Me parece que si lo hacemos estamos haciendo marketing negativo para nuestra profesión.
Sí, en parte eso es. Nos ponemos del lado del que critica el hecho de traducir en sí, como si tuviéramos al enemigo en casa.
Reblogueó esto en Across Traduccionesy comentado:
Es cierto que muchas veces criticamos las malas traducciones sin darle mucha consideración al trasfondo y a las repercusiones. Como dice Scheherezade, «alabar una buena traducción y aplaudir lo bueno que encontremos en ella es mucho más saludable y productivo para todos».
Exacto. No creo que se haga a mala fe muchas veces, pero el resultado es el mismo.
Gracias por comentar 🙂
Me ha encantado este artículo. Como estudiante de traducción que soy, entiendo que en situaciones como rápido plazo de entrega o multitud de trabajos a combinar (por ejemplo) se puedan cometer errores.
Es muy cierto lo que dices en este artículo. Muchas veces nos ponemos a criticar a nuestros colegas y no sabemos en qué situación o por cuántas manos ha pasado el texto para su edición final. Presencié hace muchos años una experiencia desagradable con un colega intérprete, que cuando empieza a interpretar una persona del público la terminó «bloqueando» diciéndole que lo que había dicho no era correcto. Al final, tuve que ayudarla con la interpretación aún cuando mi experiencia en dicho campo no era muy amplia.
En esta profesión, que nos exige estar atentos a los detalles para ofrecer la mejor traducción posible, resulta inevitable pillar errores en cualquier trabajo, propio o ajeno. Sin embargo, esa agudeza visual también nos permite reconocer una buena traducción y aprender de ella. Creo que la crítica implacable sobre la subtitulación en cine y televisión, por parte de traductores y de la audiencia misma, se debe principalmente a la frecuencia con que aparecen versiones de muy baja calidad, que claramente no proceden de profesionales, y dejan a los traductores muy mal parados. Infortunadamente, un error como el del caso que mencionas puede hacer que ese traductor termine injustamente en el mismo saco.
A mí me pasó al traducir una serie. Había dos personajes que hablaban de forma incorrecta, con errores deliberados que hacía falta adaptar. Fue lo que me llevó más tiempo y creatividad, y al final, de lo que me sentía más orgulloso. Dejé escrito en los guiones que no debía corregirse porque eran errores deliberados, pero el ajustador y director de doblaje hizo caso omiso y lo corrigió todo. No me enteré hasta que vi el resultado final en emisión y, aparte de sentir que había malbaratado mi tiempo y mi esfuerzo (y se quebró aquella ilusión de poder escuchar algo que te ha hecho sudar), me quedó la espina de pensar que, si el público comparaba la versiones, se daría cuenta de que faltaba una adaptación importante y yo sería la única cara visible del error.